Atardecer en la Albufera, sensaciones inolvidables de Valencia

EXPRESO - 18.08.2013

  , filtered_html, Texto y fotos: Ana Bustabad Alonso y Federico Ruiz de Andrés Cuando una ciudad tiene tanto que ofrecer como Valencia es complicado hacer hueco para descubrir los alrededores

Texto y fotos: Ana Bustabad Alonso y Federico Ruiz de Andrés
Cuando una ciudad tiene tanto que ofrecer como Valencia es complicado hacer hueco para descubrir los alrededores. Pero un atardecer en la Albufera regala sensaciones tan inolvidables que no hay excusa que valga.
gaviota
Este humedal enorme, uno de los más importantes de todo el Mediterráneo, guarda con fruición la calma de viejos tiempos. Sus silencios, el sonido tranquilo de la naturaleza, desvelan aquí sin aspavientos las cosas importantes de la vida.
Como una premonición, apenas sale de la plaza de la Reina, el bus turístico que lleva a la Albufera comienza su recorrido por la calle Joaquín Sorolla, el pintor que mejor ha captado la luz mediterránea.
A través de los auriculares, con traducción a ocho idiomas, el camino va desgranando historias, curiosidades. Es un viaje mucho más especial si se hace a la puesta de sol, que en España va variando de horario a lo largo del año.
Tras las imponentes siluetas de la Ciudad de las Artes y las Ciencias (CAC), que impresionan mucho más a la vuelta, iluminadas, la carretera se llena de flores de adelfas a los lados. Al fondo, las grúas de colores del gran Puerto de Valencia, el segundo de España en tráfico de mercancías tras Algeciras.
Cruzamos el nuevo cauce del Turia, inaugurado en 1961 tras la gran riada del 58, que inundó Valencia a 5000 m/s de caudal y provocó muchas pérdidas humanas.
La audioguía nos cuenta que el agua de la Albufera solo procede del mar en otoño. Imposible seguir prestando atención, con el espectáculo inmenso de arrozales que comienza.
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Hace seis mil años, el mar entraba en un Golfo hasta Valencia. Pero los materiales de erosión que arrastran los ríos Turia y Júcar cerraron este lago. Plinio el Viejo lo descubrió, los moros aceleraron el proceso para lograr más tierras de cultivo, y el rey Jaime I de Aragón se enamoró de este lugar. Tanto, que lo incluyó en su patrimonio personal.
Más tarde, en 1761, Carlos III dictó el Edicto de las Reales Ordenanzas, que permitía el relleno de la Albufera para arrozal. Fue propiedad de la Corona hasta 1927, cuando lo compró la ciudad de Valencia.
Entramos al Parque Natural. Tres ecosistemas en nada menos que 21.120 hectáreas. Marjal, llanura ocupada por arrozales; lago de la Albufera; y devesa, la franja de tierra que lo separa del Mar Mediterráneo. Por fin. Pinos a la izquierda, marjal a la derecha. Varios policías en quad, y el precioso humedal ante nosotros.
Patos, mújoles, anguilas, rompeguadañas, carpas, comparten su agua dulce con la vegetación anfibia de juncos espigados, cañizales que forman las matas, pequeñas islas flotantes. La profundidad no es mucha, entre 75 centímetros y 3 metros todo lo más.
Seguimos hacia El Palmar, la mayor isla del lago, refugio de aquellos pescadores procedentes de Ruzafa cuando el mal tiempo complicaba la faena.
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viajeros
Aquí comenzó la cocina sabrosa de arroz negro, el all-i-pebre de anguila, el arroz de pescado. Luego llegaron los cazadores, y la carne incorporó sus jugos a los arroces, y los escritores, y los pintores como Sorolla, pusieron de moda esta tierra.
Imposible no recordar la novela honesta y rotunda de Vicente Blasco Ibáñez, ‘Cañas y barro’, que en los años 70 llenó los hogares españoles en forma de serie contando la lucha entre la pesca y la agricultura, el agua y la tierra. 
Un puentecito estrecho y enseguida nos enamora la arquitectura popular autóctona, barracas de muros de arcilla, paja y cal, con estructura de madera de morera y techado de cañizo elaborado con juncos, arcilla y junquillos. Ahora encalados, refugios tranquilos de fin de semana.
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Advertimos tarde que hemos olvidado el repelente de insectos. ‘Por aquí cada vez hay más bichos que te arrean, porque antes se dragaba el lago y no había barro, y hasta los años 60 se podía beber el agua tranquilamente, pero con los polígonos industriales esto se acabó’.
Nos lo cuenta Vicente, el Patilla, o el ‘Tío Patilla’, como reza el cartel de la entrada, todo un personaje por estas aguas. Barquero, timonea la Albuferenta desde 1956. ‘Antes éramos unos 450 pescadores, ahora unos 50. Pasé 30 años pescando de noche, mi mujer solo consiguió descansar cuando llegaron los móviles’.
Timón en mano nos lleva despacio por estas aguas tranquilas. Más que un paseo en barca, es un viaje interior que invita al silencio, a escuchar los sonidos de la Albufera. El agua.
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No hay prisa. El atardecer llega siempre por mucho que nos empeñemos en alargar los días. El sol tiñe la escena de rojo suave y suenan los obturadores de las cámaras. Ni de lejos conseguimos captar la belleza de este atardecer de verano.
Al Tío Patilla le gusta más navegar en otoño. ‘En septiembre el arrozal es de color dorado, más intenso aún en noviembre, cuando cierran las golas y se inundan, y recupera el aspecto de antaño’.
Termina la tarde, pero las sensaciones perviven y nadie habla en el trayecto de vuelta a la ciudad. Pasamos frente a la barraca de la Cofradía de pescadores de El Palmar, que esperan ansiosos el segundo domingo de julio, cuando se reparten fechas y zonas, porque son los únicos que pueden pescar en la Albufera.
Dejamos a la derecha el desvío al Parador de El Saler, a medio camino entre el Palmar y el barrio de Ruzafa, donde nos espera la noche de Valencia.
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GUÍA PRÁCTICA
tren
Cómo llegar a Valencia
Valencia está muy bien comunicada en tren con el resto de España. El tren AVE que va a Madrid tarda solo dos horas y media, y enlaza con muchas otras ciudades. La estación está muy cerca del centro, al inicio del barrio de Ruzafa, pero si no apetece caminar hay una lanzadera gratuita que acerca al viajero a la estación del Norte, un espectacular edificio modernista adonde ahora llegan solo trenes de cercanías.
En la web de Renfe se pueden conseguir las mejores ofertas reservando con antelación.
 
Dónde dormir
Estratégicamente situado entre las dos estaciones de ferrocarril, el Petit Palace Germanías es un hotel perfecto para descubrir el centro de la ciudad; para callejear por Ruzafa, el distrito de moda; y como punto de partida de escapadas como esta.
Todas sus habitaciones cuentan con Internet gratis y ordenador. Hay algunas en las que se admiten mascotas, otras comunicadas para familias, y también para fumadores. Los mejores precios se consiguen reservando directamente en su web.
 
Dónde comer
Nou Racó es toda una institución en la Albufera, a orillas de la que prepara fantásticos arroces desde 1960, aunque resulta caro. El Tío Patilla nos recomienda otros restaurantes más económicos como El Rek y Mornell, ambos en El Palmar.
arroz
Si no ha dado tiempo a comer en la Albufera, Valencia tiene cientos de lugares para comer un buen arroz. Uno fantástico es la Tasquita Matisse. Situada a pocas calles del Petit Palace Germanías, donde el barrio de Ruzafa se funde con el Ensanche, se trata de un local especializado en tapas y raciones. Pero prepara un arroz caldoso con bogavante de impresión.  
Cómo llegar a la Albufera
Desde Valencia se puede tomar el autobús de línea de la empresa Herca, que tiene paradas en varios puntos de la ciudad, y llega al embarcadero de El Palmar. No hay que perderse el Centro de Interpretación del Parque Natural y por supuesto el paseo en barca, hay varias opciones que se pueden reservar allí mismo.
Pero una visita mucho más completa es la que ofrece el Albufera Bus Turístic, que incluye transporte de ida y vuelta desde el centro, con explicación de los ecosistemas y paseo en barca. Mejor hacerlo siempre entre semana.
La información detallada se puede encontrar fácilmente en Turismo de Valencia, una web realmente completa en la que además de información práctica e ideas, se pueden reservar directamente este Albufera Bus Turístic, y todo tipo de entradas, visitas guiadas, mesa en restaurantes e incluso paquetes turísticos.

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