El crecimiento turístico, ajeno a la crisis bursátil

EXPRESO - 16.09.2007

Los miembros del Grupo Internacional de Expertos que ayudan a la Organización Mundial del Turismo, OMT, a publicar su Barómetro de coyuntura coinciden en considerar que la reciente crisis bursátil provocada por las dificultades del segmento más expuesto del mercado inmobiliario estadounidense no tiene por ahora impacto apreciable en la demanda turística mundial.

En lo esencial, la crisis de las últimas semanas ha sido financiera; si bien ha anulado las ganancias rápidas -y quizás exageradas- que habían realizado ciertos mercados desde principios de año, no ha afectado sustancialmente por ahora a lo que a veces se da en llamar la «economía real». La demanda de las familias sigue sostenida por factores objetivos: buena situación financiera de las empresas de la zona OCDE y mejora del empleo en los países industrializados, incluidos los de la eurozona.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que, si hubiera de revisar a la baja sus previsiones de crecimiento para el año 2007, sería de manera limitada. El FMI ya tuvo en cuenta la relativa desaceleración del crecimiento estadounidense cuando, en el mes de julio, revisó al alza (de 4,9% a 5,2%) su estimación del crecimiento global de 2007, sostenido por el buen comportamiento de otras grandes economías como China, la India y Rusia.

Por su parte, con fecha del 5 de septiembre, la OCDE acaba de efectuar un reajuste de sus estimaciones del año 2007 para las economías desarrolladas. Pero esa revisión es limitada; retrae la previsión de crecimiento de 2,3 por ciento a 2,2 por ciento para el conjunto de los países del G-7, de 2,7 por ciento a 2,6 por ciento para la zona euro y de 2,1 por ciento a 1,9 por ciento para los Estados Unidos. En cuanto a los grandes países emisores europeos, las previsiones están ligeramente a la baja para Alemania y Francia, pero al alza para Gran Bretaña.

Por ahora, pues, parece que el impacto macroeconómico de la crisis bursátil del verano vaya a ser limitado.

Además, si el crecimiento de la economía y, por tanto, el poder adquisitivo de los grupos sociales que participan mayoritariamente en el fenómeno de los desplazamientos internacionales hubieran de crecer menos, o incluso, en el caso del segundo, de contraerse ligeramente, dista mucho de resultar evidente que su repercusión en los gastos de carácter turístico fuera a ser proporcional.

La experiencia de estos últimos años demuestra, por el contrario, que los viajes y las vacaciones se han convertido en un fenómeno sociológico de peso y que, en caso de necesidad, las familias están dispuestas a aceptar sacrificios en otros campos del consumo, o incluso a reducir su ahorro, antes que renunciar a salir. La fuerte actividad de las empresas favorece, por su parte, el mantenimiento de un flujo importante de desplazamientos de negocios.

En cuanto a las familias estadounidenses específicamente, aquéllas que experimentan dificultades para reembolsar las gravosas hipotecas que han contraído no eran, en ningún caso, las más susceptibles de viajar, sobre todo al extranjero, habida cuenta de sus características demográficas y sociales.

En cambio, la categoría de los «baby boomers», cuyos integrantes llegan ahora a la edad de la jubilación después de haber, en su mayoría, adquirido ya su vivienda, no parece demasiado afectada por el problema de las subprime mortgages. Y ésta representa una de las fuerzas nuevas e importantes que impulsan la demanda de viajes y ocio en ese país, al igual, por cierto, que en Europa Occidental y en Japón.

En general, a pesar de la tendencia a un crecimiento más moderado, la economía estadounidense permanece fuerte. La renta media de las familias y su nivel de consumo no se han resentido hasta ahora de la crisis. Por eso, a pesar de un dólar estadounidense que, hasta fechas recientes, permanecía tendencialmente débil, en particular en relación con el euro, en 2006 el mercado del turismo emisor estadounidense a larga distancia creció 5% (y 4% hacia Europa).

Las cifras provisionales parecen indicar que esa tendencia se ha confirmado este verano. Además, una de las consecuencias de las recientes turbulencias bursátiles ha sido la incitación a las instituciones financieras a buscar inversiones más seguras que las inmobiliarias y, por tanto, a transferir una parte de sus activos hacia los títulos de la deuda pública de los Estados Unidos, haciendo subir así ligeramente el dólar. Si esa tendencia hubiera de mantenerse, confortaría las buenas disposiciones del turismo estadounidense para la emisión.

Al tiempo que la demanda resiste en los Estados Unidos, los demás grandes mercados emisores están sostenidos por la fuerza de sus economías nacionales. Hay que tener presente que, mientras que los Estados Unidos representan por sí solos cerca de la cuarta parte del PIB mundial, los gastos de los estadounidenses en el extranjero (72.000 millones de dólares en 2006) no representan sino 9,8 por ciento de los ingresos del turismo internacional (735.000 millones en 2006).

Si el año pasado salieron al extranjero 63,7 millones de estadounidenses, también lo hicieron 71 millones de alemanes y 34 millones de chinos, por no hablar más que de dos países que experimentan actualmente una expansión económica importante.

El conjunto de esos elementos lleva a formular una conclusión relativamente segura: en su forma y con su amplitud actual, la crisis financiera internacional que empezó este verano no afecta el crecimiento del turismo de modo suficientemente significativo para ser medido.

Haría falta un verdadero hundimiento de la «economía real», provocado por una depreciación de los activos, que se repercutiera en el consumo de las familias, y provocara a la vez un estrechamiento de la liquidez y una pérdida de confianza de los agentes económicos, para que el turismo internacional se viera verdaderamente afectado. Pero entonces habríamos entrado en una fase de la historia de la economía mundial distinta del periodo de crecimiento en el que ésta se halla instalada desde hace varios años.

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