Un palacio segoviano en la señora de las fuentes, Fuentidueña

EXPRESO - 11.10.2012

Texto: María José Gómez Velasco

Anuncian un fin de semana desapacible de lluvia y viento por tierras de Segovia, por lo que no esperamos encontrar muchos turistas en un paraje que atrae durante todas las estaciones a unos cuantos amantes de la naturaleza, recorriendo las hoces del Duratón hasta Fuentidueña, o desde ella y que visitan esta histórica y monumental villa de Castilla y León, de la que se dice es rica en manantiales, buen vino y excelente cordero.
De camino a la Posada Real Palacio de los Condes, admiramos a los pies de Fuentidueña su estampa, como la de un decorado de teatro. Un caprichoso belén ceñido por sus murallas medievales, templos románicos de San Martín y de San Miguel, castillo vencido en ruina en lo más alto y un desfile de bodegas que parecen observar al visitante semejando ser los ojos de la loma.
Un alimoche arrastrado por el viento en su ingrávido vuelo, sin esfuerzo aparente, dirige su camino hacia el singular edificio que destaca en medio de la villa. En su soberbio alzado con techado de cinc se miran las nubes al pasar en ligero tránsito, es el Palacio de los Condes, de la red de Posadas Reales
Tenemos que pasar al otro lado del río por el que fuera, en su origen, un puente medieval. La travesía debe hacerse con sumo cuidado, pues su perfil de lomo de asno con el vértice en el centro no permite la vista de los vehículos que lo cruzan desde otro lado, así que ahora debemos dar marcha atrás, pero imaginamos las discusiones de las gentes con sus carros hace cientos de años cuando faltaba el guardés del puente.
Se accede a la plaza del Palacio por el recodo del arquillo desde la calle Nevera, y allí nos encontramos ante la imponente fachada barroca de la Capilla, con su gran rosetón y coronada por un tímpano triangular. Tras el gran portón de madera, Noemí ya nos espera en la recepción: los demás huéspedes llegarán más tarde, así que nos ofrece cordialmente su tiempo para mostrarnos la Posada. 
La Capilla del Pilar o de los Condes de Montijo fue declarada Bien de Interés Cultural en 1982. Esto le otorga, además, un compromiso de ‘intocable’ a lo conservado y que Patrimonio vigila rigurosamente en todas las intervenciones arquitectónicas que se vayan a realizar en el edificio. En concreto la obra duró cinco años, desde 2003 a 2008, año en el inauguraron esta joven Posada.
De la tortuosa historia del palacio que fue pasando de mano en mano durante la Edad Media, hasta que en el s. XVIII los Condes de Montijo decidieron edificar esta capilla sacrificando parte del noble edificio: ‘por la devoción que sentían al Santo Rosario’, hasta el posterior abandono y su casi total ruina, los actuales propietarios se encontraron con una magna obra por realizar que tienen registrado en un museo fotográfico que ilustra este proceso de reconstrucción.
La cubierta estaba completamente destruida y para el montaje de las nuevas bóvedas (las laterales a la vista, para que se pueda apreciar el antes y el después) tuvieron que instalar una enorme grúa cuyos trabajos fueron la atracción de la villa.
Afortunadamente los capiteles, altares, cornisas y columnas se habían salvado, a pesar del tiempo pasado a la intemperie y sumando al hecho que, la ‘señora de las fuentes’ también había decidido hacer su regadío en el interior del edificio. Así que ahí están como estuvieron siempre, pero ahora alumbrando estancias para un uso bien distinto.
La sala principal del edificio es hoy su restaurante, ideal para celebraciones numerosas por su gran espacio diáfano. Luego arriba, desde el coro, podremos admirar mejor la magnitud y belleza del templo y, también, la de la mesa que preside el altar: se trata de una sola pieza de 6 metros de longitud, con un peso de 1000 kg, construida en madera de iroko, que tuvieron que introducir antes de finalizar los trabajos de la entrada al restaurante. 
Regresamos a la recepción por el magnífico arco de piedra que separa ambos recintos y que fue sostén que evitó su total derrumbe. Pero antes nos detenemos un momento para observar el curiosísimo detalle que adorna uno de los cuartos de baño del comedor: un precioso ángel alado de beatífica sonrisa preside el aseo de señoras, justo encima del WC. Noemí nos cuenta que coincidió así, puesto que allí estaba uno de los altares y el ángel, como un milagro, en perfecto estado de conservación.
Todas las habitaciones son distintas porque se han adaptado a la originaria estructura del edificio: la imagen más aproximada, para que nos hagamos una idea, sería la de un cubo insertado en ese espacio de amplios muros de sólida sillería caliza, y en el que se encuentran todas las dependencias. De esta manera coincide, por ejemplo, en una de ellas un rosetón o un óculo como iluminarias, la mitad de una cornisa en la entrada de otra o una parte de una columna asomando, curiosamente, por cualquier rincón.
Su decoración es intencionadamente sencilla, pero sin dejar de mimar el detalle con hermosas piezas antiguas (de nuevo la restauración y la conservación merecen otro sobresaliente) como la colección de casullas y albas que adornan, tras unas vitrinas, la zona común: no hay que olvidar que el lugar fue templo sagrado... 
De nuevo en la recepción conocemos a Mari, la cocinera: aparece con una rama florida de manzano para dar alegría a cualquier rincón y nos cuenta que viene del río de coger berros y lijonjeras para elaborar las ensaladas ¡Qué suerte cuando el mercado lo ofrece la propia naturaleza!
Nos detenemos ante un expositor que contiene pastas y magdalenas de la estupenda panadería Lozoya de Peñafiel y un vino llamado ‘Castillo de Fuentidueña’, elaborado con uva tempranillo por Fernando Pertierra, el propietario del castillo. Este año obtendrá, junto con otras 8 o 9 bodegas de la zona la ‘Denominación de Origen de Valtiendas’.
La visión de todas estas suculencias nos recuerdan que se aproxima la hora del almuerzo,y la sugerencia de Noemí de probar el vino con algo para ‘picar’ nos parece una excelente idea. Así que mientras Mari dispone algo (cualquier cosa…), nosotros aprovechamos para dejar el equipaje en nuestra preciosa y amplia habitación, con su curiosa ventana en forma de óculo que ocupa casi entera una de las paredes.
Cuando bajamos a la cafetería, para alojados en la Posada, ya tenemos la mesa preparada y a Noemí decantando el vino. Enseguida Mari nos sorprende, de nuevo, con unos huevos fritos del corral de unos vecinos, acompañados con pisto de las verduras de los huertos que tan generosamente riega el río.
El pan, no podía ser otro que la torta de aceite de Lozoya (¡pero qué bien empapa la yema!) y una deliciosa ensalada de berros y lijonjeras. Conscientes de estar disfrutando preciosos manjares, degustamos un vino auténtico, que recrea en el paladar esos sabores antiguos de los caldos que se elaboran en las pequeñas bodegas para consumo familiar.
Después del confortable y silencioso reposo, nos esperan las visitas, imprescindibles, a San Miguel, San Martín, la necrópolis del siglo X, el castillo, las murallas... La villa se disfruta en su paseo desde lo alto del castillo hasta la playa junto al puente, y allí nos volvemos a detener a contemplar las mansas aguas del Duratón.
Hemos acordado con Noemí una cena que no sea muy copiosa (su estupendo lechazo lo dejaremos para otra visita y a la hora de comer), pero no podemos marcharnos sin probar algunas de las especialidades de su gastronomía de sabor tradicional. Nuestro menú degustación se compone de tres platos. Primero: ‘Pechuga de Pavo Escabechada’, jugosa y de sabores equilibrados, donde el vinagre resulta sutilísimo y aromático: ¿el secreto?, que el vinagre está elaborado por ellos mismos con un buen vino. 
Le sigue una finísima ‘Trucha Marinada’, procedente de la importante piscifactoría de la villa, y que merece para sus habitantes todos los elogios en cuanto a la calidad de su producto. Damos fe de ello y de su sabrosa carne tratada por Mari con sutilidad y refinamiento. 
Para acabar con una exquisita ‘Carrillera de Cerdo’: Mari maneja las especias de manera prodigiosa, y nos la imaginamos recolectando las plantas de estos sabores y aromas con los que condimenta sus platos. Con ellos se podría hacer una cata de sabores, tratando de averiguar qué hierba, aroma, fruto de la tierra se manifiesta, prevalece y ensalza, y logrando con ello que la calidad de la materia prima no se oculte detrás de los aliños: delicadísima y sabia proporción. 
Nos despedimos tras degustar una selección de sus postres servidos en una pequeña cata.Tras un agradable paseo, la confortable cama de la Posada nos espera.
De mañana, Noemí, con su encantadora sonrisa, nos recibe y conduce a la mesa de primoroso mantel, en el que la vista se va hacia un plato de frutas peladas verdaderamente apetecibles. Luego vendrán fiambres, embutidos, quesos, dulces, magdalenas, el pan recién tostado, completando generosamente el desayuno.
Hemos disfrutado y hemos sido acogidos con calidez en una Posada Real realmente singular. Pero tenemos que despedirnos: ¡Hasta otra, Noemí! volveremos encantados. Regresamos por la vega, tras una estancia inolvidable. 

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