En bikini hacia Afganistán

EXPRESO - 20.10.2013

Ana Bustabad Alonso, periodista

Qué lejos se ve desde aquí. Con vistas al Atlántico, desde Playa Dorada, en la costa norte de la República Dominicana, vestida con un escueto bikini, leo horrorizada una pieza publicada por el diario español ABC sobre las prohibiciones que los talibanes imponen a las mujeres…

playaQué lejos se ve desde aquí. Con vistas al Atlántico, desde Playa Dorada, en la costa norte de la República Dominicana, vestida con un escueto bikini, leo horrorizada una pieza que el diario español ABC publicaba el pasado 18 de octubre: ‘Las 29 prohibiciones que los talibanes imponen a las mujeres’.

Salir de casa, mostrar los tobillos o maquillarse las uñas conlleva a menudo penas de azote, amputaciones, la muerte a pedradas, incluso. Impactante leerlo por mucho que sepamos lo que ocurre –y no queremos ver- en Afganistán. Pruebo con otra piña colada, pero no hay nada que endulce semejante horror.
Mayor, si cabe, sabiendo que muchas de ellas nacieron y crecieron en un país más libre; ejercieron como profesionales y miembros activos de la sociedad hasta la llegada de los talibanes. En la radio suena un merengue de Juan Luis Guerra. Ellas no pueden escuchar música. Ellos tampoco.
Nunca me he probado un burka. No sé cómo se ve la vida a través de esas diminutas rendijas de tela, impregnadas seguramente de sudor, de lágrimas, de miedo. Tengo la piel todavía húmeda del último baño, pero de repente siento unas ganas locas de sumergirme de nuevo, de sentir el frescor del océano en nombre de todas las mujeres afganas.
Unos días más y estaré de nuevo volando, decidiendo destinos, vistiéndome y desnudándome, conduciendo sola o acompañada, caminando por cualquier ciudad sin reparar en mis tobillos. Ellas seguirán encarceladas sin que nadie lo remedie.
Algunas morirán sin conocer otra vida. ¿Es eso vida? Quizá todas, si esperamos sentados a que el fundamentalismo siga su curso. ¿Podemos los viajeros hacer algo? ¿Desembarcar masivamente en Afganistán a riesgo de nuestra vida? ¿Negar el desarrollo turístico a un país porque allí los derechos humanos no existen? ¿Exigir a nuestros gobernantes que intervengan en serio de una vez por todas?
Viajando he aprendido a respetar culturas y costumbres que no entiendo, también que hay algunas que no merecen ningún respeto. Ni unas ni otras frustran mis ganas de descubrir, y a menudo observo impasible situaciones que en España me hubiesen soliviantado.
Me pregunto si el visor de la cámara será suficiente filtro de templanza caminando por las calles polvorientas de Kabul. Me gustaría hacerlo pronto, pero todos tenemos un límite, y no sé si un viaje a Afganistán rebasaría el mío.
Pensando en sus mujeres se me han pasado las ganas de mar. Por hoy.

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