Los fascinantes autos… De un viaje a Cuba (VI)

EXPRESO - 11.01.2012

Manolo Bustabad Rapa, periodista

Probablemente no hay en el mundo un parque automovilístico más tópico, ni tan fascinante como el de Cuba. Pero no solo los autos, en La Habana todo es fascinante. ‘El comandante mandó a parar’ y todo se detuvo. Aparentemente…

Probablemente no hay en el mundo un parque automovilístico más tópico, ni tan fascinante como el de Cuba. Pero no solo los autos, en La Habana todo es fascinante.
‘El comandante mandó a parar’ y todo se detuvo. Aparentemente.
 
Al otro lado del océano, con asombro y simpatía, éramos espectadores silenciosos (padecíamos nuestra dictadura) de la oportuna bofetada al imperio del dólar.
La verdad es que todo sucedió en un momento clave de nuestra historia. En la siguiente década, con la explosión del consumismo y la aplicación masiva de los materiales sintéticos en la industria automovilística, la economía venció a la estética (como casi siempre) y fue el fin de una era. Los cromados, los niquelados, las maderas preciosas y las tapicerías de cuero pasaron a ser materiales exquisitos, destinados a usos elitistas, y dejaron paso a los plásticos y los escays.
En los edificios, el primoroso trabajo de canteros y carpinteros de siglos pasados aún perduró, como práctica habitual, en la primera mitad del siglo veinte. Después, con el éxodo masivo de los campesinos y la rápida ocupación de los espacios urbanos en todo Occidente, dio un vuelco el sector para sumergirnos en una etapa gris y apresurada.
¡Ah!, pero en Cuba no. Porque, cuando ‘el comandante mandó a parar’, todo era bello y deslumbrante. Y así se detendría un tiempo, el suficiente para la necesaria reforma…, si no hubiese llegado el brutal y eterno embargo.
La detención fue aparente, porque la crisis tuvo efecto paralizante, pero no crioterapéutico. Y se inició el desgaste, la oxidación, la destrucción. La pasiva desolación de ambos sectores. Y de todo lo demás.
Se recuperó el parque ciclista, los sidecares y los coches de caballos, incorporando al uso público nuevos triciclos y calesas. Se fueron agotando los insaciables motores de gasolina, dejando paso al diesel. Y se mantuvieron en circulación milagrosamente esos (ya exóticos) ejemplares.
Los ómnibus urbanos pueden ser camellos (articulados, en varios niveles, y tirados por una cabeza tractora), o camionetas o, simplemente guaguas con letreros en francés. Pero todo el mundo comparte taxis habitualmente, como si fueran ómnibus.
Los edificios tratan de mantener sus fachadas en pie, que es como conservar el traje el rico desahuciado, cuando ya no tiene camisa. Y se arriostran, y se apuntalan hasta el infinito.
En la Habana es ingeniero el del coco-taxi y el del cocotero y el músico callejero. Todo el mundo sabe mecánica y se improvisa un taller en cualquier avenida.
Aquí se ha perdido la capacidad de asombro, porque se vive permanentemente en una nube, con baches y goteras, que es como un museo flotante en el que las piezas se van difuminando lentamente.
Y todo, porque ‘el comandante mandó a parar’; por no plegarse al poderoso vecino, que tantos conflictos y dictaduras ha propiciado en el último siglo.
 
 
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