Amanecer en el Puerto… De un viaje a Cuba (II)

EXPRESO - 27.12.2011

Manolo Bustabad Rapa, periodista

Estamos en el Hotel Armadores de Santander. Amanece a las 7:20. En la Alameda de Paula barren cuatro mujeres vestidas con pantalón corto de cuadros. Ya estamos en la habitación (suite) prevista. Ayer no pudimos ocuparla porque ‘se le cayó la puerta’…

Estamos en el Hotel Armadores de Santander. Amanece a las 7:20. En la Alameda de Paula barren cuatro mujeres vestidas con pantalón corto de cuadros.
Ya estamos en la habitación (suite) prevista. Ayer no pudimos ocuparla porque ‘se le cayó la puerta’ y, como el hotel estaba lleno, nos instalaron en la 103, que no tiene ventanas, pero sí un extractor que no se detiene en toda la noche.
La verdad es que tardaron un poco en ponerla a punto porque la luz se resistía a las buenas intenciones del botones y del encargado, pero en cuanto llegó la chica de la limpieza, que sabía donde estaban los mecanismos eléctricos, se solucionó al instante.
Se nos ocurría que las circunstancias surgidas contribuían a dar encanto al momento y al lugar y, así, nos lo tomamos con buen humor, al igual que el ‘cuba libre’ que degustamos a la sazón por gentileza del hotel.
Me viene a la memoria una frase de Julio Castro, director del ‘buque insignia’ de Paradores de España, el Hostal de los Reyes Católicos, en Santiago de Compostela, sobre su modo de valorar un hotel. Sin vacilar disculpaba fácilmente cualquier defecto o carencia en instalaciones o productos, lo verdaderamente importante, decía, es el factor humano.
El comportamiento del personal, amable y presto en todo momento, es lo verdaderamente imprescindible y lo que marca la categoría del establecimiento. Desde ese punto de vista, los pequeños percances se diluyen y el Armadores de Santander muestra su auténtico nivel, porque su gente se desvive en atenciones, siempre con la sonrisa en los labios. 
El caso es que, después de dormir bien, madrugamos para disfrutar del amanecer, como decíamos, y reconocer los alrededores de nuestro ‘asentamiento’, observando el ajetreo del despertar urbano.
No se me va de la cabeza la escena en la Alameda de Paula, porque en realidad el espacio estaba impoluto, pero las mujeres se afanaban. A decir verdad, barrer barrían tres, la cuarta dirigía y supervisaba.
Instantes antes del albor, la Catedral Ortodoxa, contigua al hotel, tiene aspecto palaciego y fantasmal. Grupos de vendedores se dirigen con su mercancía hacia los enclaves más turísticos y circulan los primeros ‘bici-taxis’.
Desde la terminal portuaria salen periódicamente oleadas de gente que acaba de cruzar la bahía en el barco del pasaje, para disolverse en silencio en las calles de la Habana Vieja, que aún está despertando.

 
No te pierdas el siguiente capítulo:
 
Lee el capítulo anterior en Expreso:
 

Comentarios

internauta (no verificado)

Enhorabuena por la columna. Se nota que sientes La Habana. Qué envidia me da.

manolo bustabad (no verificado)

¡Gracias!

La Habana vale la pena, ¡anímate!

Con firma relacionados