Un placer tenerle entre nosotros

EXPRESO - 25.08.2009

Soledad Díaz, presidenta de HOSTEMUR

Tiene ya decidido de antemano que va a marcharse sin pagar del establecimiento. Como suena.

Tiene ya decidido de antemano que va a marcharse sin pagar del establecimiento. Como suena.

La elección, en su caso, no ha dependido de los precios, ni de las temporadas, ni de las fechas justas ni, por supuesto, del estado de ánimo. Se trata de un personaje que se pone el disfraz de turista y visita la Región a coste cero. No es la primera vez que planea hacer lo que denomina un sinpa –simpática contracción de ‘sin pagar’–.

Para aquellos que desconozcan la terminología picaresca, según la página web friquipedia –créanme, existe– el sinpa se define como una “costumbre típica española (también dada en otros países) fruto de la picaresca típica de nuestra tierra, en realidad es un arte que sólo con años de práctica puede ser dominado.

Consiste en pedir algo (normalmente en un bar) para después hacerte el sueco a la hora de soltar la panoja y abandonar el local como si nada hubiera pasado”.

En una segunda acepción, los autores de este poco académico diccionario añaden que “el sinpa puede ir desde unas cañas en un bar hasta una mariscada”. La definición, en este caso, se limita a bares y restaurantes. Pero, en los últimos años, sus prácticas se han extendido a toda clase de alojamientos. Buscan, en primer lugar, perderse. Y, en segundo término, lo que para ellos es más importante: desaparecer. Sin dejar rastro alguno. Una situación que no tiene nada que ver con la crisis económica. Si bien, es verdad que antes se trataba de jóvenes o parejas de jóvenes. Pero la recesión ha añadido años al perfil del pícaro moderno.
Llegan a la recepción del hotel con media sonrisa en la boca, facilitando amablemente tanto el DNI como los dígitos de la tarjeta de crédito. Una vez que toman posesión de sus aposentos, deciden encargar todo a cuenta de la habitación, en este caso, la 15.007. Por supuesto, la tarjeta de crédito está cancelada. “¿En efectivo? No, no. Todo a cuenta de la 15.007”, responden incansablemente.
Tras su marcha, caminando por los pasillos, me encanta escuchar el siguiente diálogo: “La 15.007 está vacía. ¿Es salida?” –pregunta la gobernanta–. A lo que la recepción responde: “La factura de la 15.007 está aquí. No ha pagado”. Una situación similar se produce cuando, sentados a la mesa de un restaurante y tras pedir la cuenta, uno de los comensales insiste en llamar al camarero, a quien le comenta: “Camarero, hemos comido estupendamente, pero resulta que no tenemos suficiente dinero”.
Aunque mi versión favorita es la de aquellos que se hace pasar por crítico gastronómico, indicándole al camarero: “Francamente, la comida ha sido aceptable, pero el postre no estaba del todo bueno. Así que queremos pedir la hoja de reclamaciones”. Se pueden imaginar –y permítanme la expresión– la cara que ponen en ese instante los profesionales de la hostelería. Literalmente, se quedan a cuadros.
Particularizamos en el sector de la hostelería, pero estos personajes van dejando púas por tierra, mar y aire. Ni que decir tiene que todo son ganancias para nuestros queridos clientes, que también sienten predilección por las toallas de baño, los albornoces, las botellas de gel y champú, y los bolígrafos.
Con este botín, abandonan los establecimientos sin abonar la cuenta. Entonces, desde la dirección del hotel se activan las medidas previstas para estos casos: comunicaciones, denuncias, etcétera. Ésa es la historia que, con ligeras variantes, se produce cada año en miles de establecimientos de todo el país. Una situación que mina extraordinariamente nuestra economía. Según los datos facilitados por Intermundial Seguros, los hoteles españoles sufren cada año situaciones de impago o incidencias en los pagos por un importe cercano a los 90 millones de euros, lo que representa el 1% de las ventas totales.
Pero esta crítica va más allá del dinero. Los impagos suponen una falta de respeto a la industria turística y hacia las miles de personas que trabajan en la fuerza económica más importante del país. Estos personajes aprovechan el mínimo descuido para marcharse sin pagar, sin preocuparles absolutamente nada de lo que pueda suceder en el futuro. Y, aunque pueda parecer anecdótico, los casos son más comunes de lo que se pueda imaginar.
Mientras el estafador cree afianzar la peculiaridad de su yo con la proeza de marcharse sin pagar ni una cerveza, los profesionales se ven obligados a asumir que su trabajo no ha sido recompensado. Es decir, que el esfuerzo dedicado a servir una copa de vino, que el savoir-faire de los recepcionistas, que la limpieza impecable del establecimiento, día tras día, ha sido en balde.
Como profesional del sector de la hostelería y del turismo, quisiera transmitir a la población que nos preocupa que se haya impuesto en la sociedad actual esta práctica. Y sea aceptada con toda naturalidad. Poner freno a esta situación es una cuestión que atañe a toda la sociedad.
 
Soledad Díaz es presidenta de HOSTEMUR, la Federación Regional de Empresarios de Hostelería y Turismo de Murcia (España).

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