Balneario de Alange, una escapada refrescante al reino del agua

EXPRESO - 23.06.2012

Texto y fotos: Ana Bustabad Alonso
A pesar de sus diecisiete siglos de historia, y de la etiqueta de Patrimonio de la Humanidad que lucen orgullosas, las Termas de Alange no son un conjunto de piedras monumentales, sino una refrescante propuesta en tierras extremeñas.
Una escapada a su balneario puede combinar relax, aventura, patrimonio y gastronomía, pero sobre todo  es un viaje en el tiempo a través del agua. Los últimos kilómetros de la Vía de la Plata, plantados de olivos y adelfas, no levantan sospechas acerca del reino líquido que espera en Alange, que en árabe significa ‘Agua de Alá’.
Desde la primera postal, la silueta del castillo recortado contra el embalse del río Matachel, en la cuenca del Guadiana, este pequeño pueblo encalado recibe al viajero como una tregua fresca en la provincia de Badajoz.
En su parte más baja, a los pies del cerro de la Mesilla, el Balneario de Alange está construido sobre la antigua laguna, justo donde nacen y brotan las aguas mineromedicinales del manantial.
Casitas blancas, silencio aderezado con trinos, y una vegetación cada vez más espesa anuncian la proximidad del balneario, un templo del cuidado al cuerpo que lleva casi dos milenios funcionando, desde los tiempos de Trajano y Adriano.
El Paseo de las Hortensias es la puerta de entrada al balneario, flanqueado de plataneros inmensos. La aventura comienza bajando una escalera empinada que parece conducir al centro de la tierra.
Dentro es fácil olvidarse del reloj, relajarse en las mismas aguas, bajo las mismas bóvedas semiesféricas donde disfrutaron los romanos.
Porque fueron ellos quienes construyeron estas dos magníficas salas circulares, una para hombres y otra para mujeres, que se conservan tal cual, pintadas de blanco y ocre, blanco y añil intenso, ahora como piscinas termales de agua fría y caliente.
En su parte alta, el balneario de Alange mantiene el encanto de los elegantes principios del siglo XX, cuando se llenaba de bañistas que ocupaban su tiempo en conciertos, paseos a caballo y bailes de sociedad.
Aquí se puede, por ejemplo, disfrutar de un masaje con cera de vela, darse un baño turco sobre la gran piedra de mármol, o aliviar con una envoltura de parafangos calientes el dolor cervical provocado por horas y horas frente a la pantalla.
Sus aguas, que fluyen a unos sorprendentes 316 litros por minuto, salen de la tierra a 28 ºC, una temperatura que permite bañarse en cualquier época del año. Pero, sobre todo, tienen fantásticas propiedades. ‘No vas a hacer 400 kilómetros para bañarte con agua del grifo’, bromea Fernando Fernández Chiralt, director del complejo.
La gran concentración de oligoelementos disueltos como sodio, magnesio, calcio, litio y el radón de tipología alfa, ‘radón bueno’, hacen que sea uno de los pocos balnearios de Europa especialmente indicados para el sistema nervioso.
Por ejemplo, dicen que mejora rápidamente las cefaleas, las jaquecas, el insomnio, que acaba con el estrés y las depresiones. Pero si lo que se busca es simplemente descanso y relax, lo mejor es dejarse mimar con una envoltura de chocolate, o una limpieza de cutis con mascarilla de arcilla blanca.
En el siglo III era tan grande su fama que miles de patricios de la vecina Emérita Augusta venían hasta aquí para sumergirse en ellas. En la entrada se conserva todavía un ara votiva dedicada a Juno, diosa de la fertilidad, que Licino Sereniano mandó levantar para agradecer la curación de su hija Varinia Serena.
Cipreses, buganvillas y las flores azules de las jacarandas rodean la piscina exterior de agua de manantial. Y oxígeno, mucho oxígeno. El que se respira en este jardín, o el de las inhalaciones de agua mineromedicinal con vapor de ozono, un tratamiento especialmente indicado para limpiar los pulmones.
La pradera Kneipp es quizá el lugar más agradable para sentarse a leer un libro, o caminar descalzo sobre la hierba. Luego hay que pisar los cantos rodados cubiertos de agua fría, las cascadas, el lago de arena… siguiendo el circuito inspirado en el famoso ‘cura de la regadera’. Cuando cae la tarde, una campana avisa del cierre, hasta mañana.
Tanto los circuitos de verano como los de invierno, a muy buenos precios, incluyen uso de albornoz, chanclas y gorro de baño, así que lo único imprescindible en la maleta es el traje de baño y prepararse para disfrutar de unos días especiales.
Los más despistados pueden hacerse con un bikini de última hora en la tienda, también online, donde venden también periódicos, libros y productos de la línea termal del balneario. Algunos tan apetecibles como el peeling facial de fibras de rosa y uva, la crema corporal tonificante de romero y camomila, las sales de magnesio al té verde o el jabón de chocolate.
Dos hoteles y una casita
Despertarse en el balneario de Alange es un auténtico escándalo. Desde cualquiera de los alojamientos del complejo, la mañana suena a pajaritos -enfurecidos o tremendamente felices, a juzgar por el volumen de los trinos- y la noche a rumor de hojas. A viento. Y de fondo el inevitable sonido del agua, veinticuatro horas, justo el tiempo que tarda su manantial en llenar una piscina olímpica.
Frente a las termas romanas, el exterior del Gran Hotel Aqualange rebosa de sombras frescas, de mesitas para recrearse en una buena novela, o recuperar la costumbre de la merienda. Merendilla, como la llaman aquí en Extremadura.
Sin prisas. Una tosta de lomo ibérico con tomate y aceite de oliva, una cesta de frutas, un café con leche y una tostada de paté o, por qué no, unas cerezas del cercano valle del Jerte acompañadas de un cava extremeño como Vía de la Plata.
Este es el alojamiento más lujoso del complejo, un cuatro estrellas con estilo. Nada más entrar, presidiendo el gran vestíbulo ajedrezado, la escalera de aires victorianos y una mesa de medidas desproporcionadas que perteneció al embajador de los Emiratos Árabes Unidos en España.
Sus propietarios han apostado por potenciar la economía local. Tanto la rejería de forja como los trabajos de albañilería y la cristalera que da paso al comedor son obra de profesionales de Alange. Esta última, exacta a la de La Casa de los Espíritus, en la que Meryl Streep y Jeremy Irons dan vida a la novela de Isabel Allende.
En cada habitación espera al huésped un albornoz blanco, único uniforme de unos días relajados y terapéuticos. Algunas, en la primera planta, cuentan con una pequeña terraza. Otras asoman entre la hiedra al paseo de las hortensias.
El hotel tiene biblioteca, salón de juegos, de lectura y hasta guardería y canguros en los meses de verano. La conexión wifi, gratuita, es demasiado lenta, pero la verdad es que aquí no se echa de menos. El mejor lugar para conectarse, el bar del parque, con su terraza acristalada.
Los menús son sabrosos y elegantes, como el uniforme negro y blanco de las camareras, o los muebles del restaurante, expresamente traídos de la India. Pero sobre todo llama la atención la amabilidad del personal, que contribuye a la sensación general de relajación.
Bajo la fachada lateral, cubierta de enredaderas, el Bar Aquae invita a quedarse horas charlando con un café o una amarguinha con hielo y limón, copa portuguesa que los extremeños han hecho ya suya. Dentro, una colección de botellas de agua procedentes de todos los balnearios de España.

El otro hotel del complejo, en la parte alta, es el Hotel Varinia Serena. Fue construido en el año 1989 sobre un antiguo ‘hospital para pobres’, conservando parte de la estructura original.
Es un tres estrellas muy curioso, edificado en cascada y salpicado de terrazas y patios, de macetas con geranios, silencio y mecedoras de rafia que incitan a la siesta. Desde las plantas superiores se toma conciencia de lo cerca que está el embalse. La cocina es completamente casera, incluidas algunas especialidades de la vecina Portugal.
Si se prefiere algo más íntimo para pocos viajeros, la Casa Azul es una coqueta vivienda tradicional construida sobre la ladera del cerro, en la parte alta del balneario. Cuenta con cinco habitaciones dobles y se puede alquilar completa o por habitaciones.
Naturaleza, historia y aventura en Alange
Unos pocos metros de camino emparrado unen el balneario con el pueblo. Enseguida se encuentra una fuente pública con agua de manantial, y el antiguo lavadero que todavía utilizan algunas vecinas ‘porque con esta agua no hace falta echar lejía’. Una charla mientras seca la ropa, tendida a la sombra.
Alange es un pueblo de construcciones pequeñas. Sus viviendas populares ‘de corredor’, conocidas también como ‘casas de pasillo’, contrastan con algunas más lujosas, pintadas de estuco.
Pero sobre todo es un pueblo de agua. La fuente de la Jarilla, la del Moral o la de la huerta de la Joruga, hacen de Alange uno de los lugares termales más ricos de toda Extremadura.
En el centro del pueblo se conserva la Casa de la Encomienda, donde tuvieron su sede los caballeros de la Orden de Santiago en el siglo XVI. O la iglesia de Nuestra Señora de los Milagros, un monumento gótico-mudéjar de la misma época.
Para meterse de lleno en la historia de este lugar hay que leer la novela ‘Alcazaba’, ambientada en Alange y obra de Jesús Sánchez Adalid, que pese a ser un escritor largamente premiado continúa ejerciendo como párroco en la villa.
A la entrada del pueblo está la fortaleza árabe, el castillo de la Culebra. Es el mejor lugar para divisar toda la comarca, de ahí su importancia estratégica. La dureza de la subida se compensa con la postal del pintoresco trazado urbanístico de tejados rojos.
Si se buscan emociones fuertes, en los alrededores se puede practicar escalada, con veinte sectores y más de 120 vías para todos los niveles, salir en bici o caminar por cualquiera de las muchas rutas, aunque no estén muy bien señalizadas. La asociación ‘Pata del Buey’ organiza salidas de senderismo durante todo el año y proporciona también guías expertos. A solo cuatro kilómetros de Alange, la asociación ecuestre ‘El Arriero’ ofrece rutas a caballo.
Muy cerca, en la falda norte de la Sierra de Peñas Blancas, los más pequeños se sorprenderán con la pintura rupestre esquemática de La Calderita. Un espacio natural donde abundan las fuentes, pozos y manantiales, que sacian la sed de águilas, búhos reales y mochuelos.
Además de multiaventura, el embalse de Alange ofrece la posibilidad de practicar deportes náuticos como piragüismo, windsurf, y navegación en catamarán. Aquí también abundan aves como el ánade real, la cigüeña blanca, la garza real, el cormorán o el martín pescador.
Lo que no se puede perder el viajero es la gastronomía alangeña. Un revuelto de espárragos trigueros, unas migas. Además de los restaurantes del Balneario, que cuentan con menús diarios, una extensa carta de platos y hasta cenas románticas, en el pueblo hay lugares como el mesón Trinidad, donde se puede pedir una buena caldereta extremeña.
Pero lo más característico de Alange quizá sean sus dulces. La repostería casera es famosa por sus roscas de piñonate. Es difícil probarlas, solo se preparan en las fiestas grandes, así la alternativa perfecta son unas perrunillas.
En las tiendas o en el mercadillo de los miércoles, es fácil encontrar otras delicias extremeñas como aceite, embutidos, pimentón de La Vera o quesos del Casar o La Serena. Y si es tiempo todavía, unas cerezas del Valle del Jerte.
También artesanía de la región, como bolsos y alfombras de Alange, cerámica de Salvatierra de los Barros, esparto de la comarca de La Serena o cestería de mimbre y castaño.
Escapadas urbanas a pocos kilómetros
Poco más de 15 kilómetros separan Alange de Mérida, la antigua Emérita Augusta, una de las capitales más importantes del Imperio Romano en Hispania.  Sus miles de habitantes venían hasta aquí para disfrutar de las aguas y los tratamientos termales.
Ahora son los huéspedes del balneario los que aprovechan su estancia para escaparse a visitar el famoso teatro y anfiteatro romano o el museo de Mérida.
Las Termas Romanas de Alange, como se conoce al pueblo en tierras extremeñas, son también un buen punto de partida para descubrir la cercana Almendralejo, a 20 kilómetros, con sus famosas bodegas.
O para conocer Zafra, tierra de conquistadores, a solo 40 kilómetros. Y, por qué no, para redescubrir la capital de la provincia, Badajoz, una ciudad fronteriza fundada por el muladín Ibn Marwan que cuenta con un interesante casco antiguo.
Al otro lado de la línea imaginaria que separa España de Portugal -porque emocional y prácticamente aquí no hay frontera que valga-, la ciudad hermana de Elvas, puerta de entrada al Alentejo.
Cómo llegar hasta las Termas de Alange
A menos de tres horas de Madrid, Sevilla o Lisboa, Alange está muy cerca de la Vía de la Plata, la ruta comercial romana que unía Gijón con Sevilla. Si se llega en coche, hay que desviarse en la salida 636 de la autovía A-66, hacia EX-105.
El tren deja al viajero en la cercana Mérida, desde donde hay tres frecuencias diarias de autobús, y el aeropuerto más próximo es el de Badajoz, a 45 minutos de Alange.
 

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