De Liébana a Santoña, saborea la naturaleza de Cantabria

EXPRESO - 20.07.2009

Texto y fotos: Patricia Regidor Sánchez

Unas buenas botas de andar, crema de protección solar, un bañador y un buen estómago son los artilugios necesarios para emprender un viaje entre el azul del mar y el verde de la montaña en Cantabria, una de las zonas más rocosas del norte de España.
Cantabria, una de las zonas más rocosas del norte de España
Los más aventureros, y también los que no lo son tanto, podrán empezar su circuito en el Parque Nacional de los Picos de Europa, en la parte occidental de la Comunidad.
En la estación del teleférico de Fuente Dé, a pocos kilómetros de Potes, se encuentra el pasadizo entre la sociedad de los coches y el ruido y un paraje salvaje al lado de las nubes.
Tras salvar unos 800 metros en la cabina, se extiende en el horizonte una manta gigante de algodón, un mar de nubes que dan ganas de pisar. Se respira tranquilidad, aire puro. A un lado, la nada, y al otro rocas y valles repletos de vegetación y algo de nieve por donde transitan unos rebecos.
mar de nubes en los Picos de Europa
El Parque Nacional de los Picos de Europa es un paraíso para aquellos que disfrutan con el senderismo, pero también para los que simplemente pretenden desconectar del día a día.
Desde la estación del teleférico se inicia un sencillo camino entre valles y pastos. El silencio es absoluto, sólo de vez en cuando se escucha el mugir de las vacas, a los perros san bernardo cuidando del rebaño o las órdenes de algún escalador.
La caminata se hace fácil y tranquila y a medio camino hay un albergue donde poder descansar y reponer fuerzas. Pero si las piernas fallan, siempre está la opción de alquilar un coche todo terrero para ir hasta el pueblo más cercano.
la caminata se hace fácil y tranquila
Aunque siempre es buena época para disfrutar de las estremecedoras vistas de los Picos, es preferible evitar ir en temporada alta (julio y agosto). De las 250.000 personas que cada año suben en el teleférico de Fuente Dé, casi la mitad lo hacen en estos meses y la fila para acceder a la cabina puede prolongarse hasta tres horas.
En las estribaciones de las montañas, en la comarca de Liébana, la peregrinación continúa hasta el Monasterio de Santo Toribio. El claustro es austero, aunque las hortensias alegran la vista y, con suerte, se escuchan los cantos de los monjes.
el famoso San Bernardo del hotel El OsoDesde 1512 el monasterio benedictino forma parte de la ruta costera que conduce a Santiago de Compostela y cada año jubilar, cuando el 16 de abril cae en domingo, la cofradía de la Santísima Cruz abre las Puertas del Perdón para dar la bienvenida a los peregrinos.
En la capilla que se encuentra en el interior del edificio está el tesoro: Una cruz de oro en la que está incrustado un pedazo de madero de la cruz de Jesús.
Se dice que fue en la Reconquista cuando los restos del obispo Toribio de Astorga llegaron al monasterio junto con la reliquia que el santo había traído desde Jerusalén. 
Si el estómago empieza a rugir, la solución no está lejos. Un cocido liebanés es buena opción –aunque sea verano- y más si se toma en Cosgaya, en el restaurante del Hotel del Osoun lugar familiar y tranquilo, famoso por un gran perro San Bernardo que vigila apaciblemente su entrada, cocina el plato típico al estilo más tradicional. De postre, una tabla de quesos.
Sin moverse de la comarca de Liébana nos adentramos en Potes. La localidad es genuina, cántabra. Se escucha el agua del riachuelo y huele a hierba fresca. Las casonas de piedra, el molino, los puentes de piedra comidos por la enredadera y sus callejuelas estrechas nos trasladan al pasado.
Si embargo Potes no es, ni mucho menos, un pueblo muerto. La gastronomía ­lebaniega –que incluye el orujo o el típico té del puerto- es otro de los atractivos turísticos de la localidad.
casonas de piedra en el municipio liebanés de Potes
Camino de la costa
Ya hacia la costa sigue la aventura. San Vicente de la Barquera huele a mar.
Es muy evidente tratándose de una localidad costera, pero con la marea baja el agua que pasa por debajo de los 32 arcos del puente de la Maza del siglo XV se convierte casi en un desierto de arena. Aunque da igual, porque sigue oliendo a tierra de pescadores.
Marismas de San Vicente de la Barquera donde confluyen las rías de Rubí y Pombo
En lo alto, la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles preside la localidad. Desde ahí se disfruta de una preciosa vista de San Vicente de La Barquera hacia el mar, pero también de las marismas de Rubí y de Pombo, donde se puede observar una gran diversidad de aves.
El menú en esta zona es claro: el sorropotún, un guiso a base de bonito y patatas, tradicional porque era el majar típico de los pescadores cuando salían a faenar. El plato, también conocido como marmita, suele ocupar un puesto privilegiado en la carta del Boga-Boga, en la plaza Jose Antonio.
Los aventureros que disfrutaron de la brisa de los Picos de Europa no acabaron sus deberes allí. Y es que Cantabria tiene opciones para todos los gustos.
Desde San Vicente de la Barquera, siguiendo la carrera que atraviesa el Parque Natural de Oyambre, se extienden grandes playas de arena fina hasta llegar a Comillas.
Los amantes del agua salada y el sol querrán aparcar su toalla cada pocos kilómetros; pero también los amantes del deporte ya que las olas de estas playas atraen a muchos surferos a surcar las olas.
Al final del Parque Nacional de Oyambre se encuentra Comillas, que a pesar de su importancia histórica, sobre todo gracias a Antonio López y López primer Marqués de Comillas, hoy sabe a turismo de sol y playa.  
bahía de San Vicente de la Barquera con marea baja
La localidad es referente turístico en Cantabria, pero tiene mucho más que ofrecer. Destacan las casonas solariegas de piedra que se encuentran en la parte interior del municipio, la plaza del Corro y, cómo no, el parque del Sobrellano.
En Comillas se da una extraña mezcla de arte y culturas. Por un lado, el Palacio neogótico de Sobrellano –también conocido como el marqués de Comillas- y por otro el famoso edificio diseñado por Gaudí: El Capricho.
Curiosamente, a principios de los años 90, el edificio modernista del artista Catalán fue reconvertido en un restaurante que, hoy es regentando por una japonesa.
El Capricho de Gaudí, en Comillas
En la colina que se erige enfrente del Parque del Sobrellano donde se encuentra la Universidad Pontificia, en su tiempo una de las importantes de España. El edificio del siglo XIX ahora se encuentra en restauración para albergar la Universidad del Español
La ruta cántabra sigue por la carretera de la costa hasta llegar a la capital de la comunidad: Santander. Los santanderinos presumen de la bahía de su ciudad y no es de extrañar. Cinco kilómetros de playas a cada cual más apetecible. La Magdalena, la famosa playa del Sardinero o la Concha se llenan de gente en cuanto sale un rayo de sol para tomar los históricos baños de olas.
verde y acantilados al borde del Cantábrico
Desde el Faro de cabo Mayor se visualiza una vista espectacular de la bahía y, si el día es claro y no hay calima, los Picos de Europa. La carretera que sube hasta el faro, dejando a la izquierda el barrio del Sardinero, nos recuerda que Santander no es sólo mar, es una ciudad también verde recurrida por los aficionados al golf.
Sin olvidar la paz que transmite caminar por el paseo marítimo pero adentrándose en el casco histórico de la ciudad, la brisilla de la noche empuja a la gente a la calle. Antes de la cena, en el Paseo de Pereda, un vino blanco y anchoas del Cantábrico en Casa Lita.
El aperitivo puede convertirse en una interminable ruta de tapas por la zona de Puertochico o también en una suculenta cena en la bodega El Riojano –que no engañe el nombre- donde, más allá de las delicias gastronómicas, es curiosa la decoración a base de tapas de cubas de vino pintadas por artitas que recubren las paredes del local.
playas en la costa de Cantabria
Al oeste de Santander destacan dos localidades que, junto a Laredo y Suances, acogen a gran cantidad de turistas, tanto españoles como extranjeros, cada verano: Noja e Isla.
Dos grandes arenales, la playa del Joyel en Noja y la playa de las Arenas en Isla se abarrotan de bañistas cuando el tiempo lo permite. Están limpias, son accesibles y ofrecen todo tipo de servicios.
remendando redes en el puerto de SantoñaNadie se debería ir de Cantabria sin catar su marisco. Allí mismo, en Isla, hay un vivero de cetáreas en el restaurante Astuy.
Fácil y sencillo, eliges la langosta –que puede llegar a pesar más de cinco kilos- y te la llevan a la mesa. Cocinada, por supuesto.
En el norte de España las tiendas de recuerdos son tiendas de gastronomía y cuando se sale de viaje es casi una obligación llevar algo a la familia.
A diez kilómetros de Noja se sitúa Santoña, donde la pesca y la industria conservera son los dos sectores más importantes.
La Avenida Carrero Blanco llega hasta el paseo marítimo, donde aún se ve a mujeres remendando las redes de los pescadores.
Aquí está Conservas Emilia (junto a la Plaza de Toros), el lugar mítico donde degustar y comprar todo tipo de pescado en conserva pero, por encima de todo, la estrella de la costa cántabra: la anchoa.
Dónde dormir
Cabariezo. Hotel Malvasía
A poca distancia de Potes, el Hotel Malvasía no sólo está en plena naturaleza, sino que se mimetiza completamente con el paisaje.
baño de una de las habitaciones del hotel Casona MalvasíaEl complejo, que pertenece al Club de Calidad Cantabria Infinita, consta de ocho habitaciones dobles, una especial y tres suites, además de siete apartamentos.
Los dueños han cuidado con mimo todos los detalles de cada habitación y el desayuno es excelente.
Pero lo más curioso de Malvasía es que cuenta con bodega propia. Este año han producido 5.000 litros de orujo y 30.000 de vino bajo la marca ‘Picos de Cabariezo’.
Lo mejor: el orujo blanco para los valientes que soporten 50 grados y el ‘vino de hielo’, un blanco dulce ideal para los aperitivos.
Santander. Hotel Bahía
Santander ofrece innumerables posibilidades para alojarse, pero merece la pena ver el amanecer en la bahía y el puerto de la ciudad. Sin levantarse de la cama las vistas del Hotel Bahía son inmejorables, al igual que su ubicación.
 
En plena naturaleza
Mieses. Camping La Viorna.
A un kilómetro de Potes se encuentra el camping ‘La Viorna’, en Mieses. A la falda de los Picos de Europa, ofrece todas las comodidades para aquellos –más amantes de la montaña que del mar- que quieran disfrutar de la tranquilidad de la naturaleza.
El alojamiento comprende 120 parcelas e incluye un típico hórreo cántabro que los dueños han reconvertido a modo de cabaña. El visitante encontrará todo tipo de facilidades: piscina, un pequeño mercado, restaurante, aseos (muy limpios y cuidados con detalles) y lavaderos, que incluyen lavadora, secadora, y plancha.
Noja. Camping El Joyel
A 20 metros de la playa de Noja, el camping 'El Joyel' da alojamiento a más de 3.000 personas.
El complejo tiene todo tipo de instalaciones, incluido un pequeño zoo para los más pequeños.
Hay sitio tanto para dormir en tienda de campaña como en bungalow, que gestionan turoperadoras y están más dirigidos a extranjeros.
El área recreativa es enorme y tiene dos accesos directos a la playa. El problema es que al ser un camping tan grande reina un poco el caos y los vehículos pueden resultar peligrosos.
Isla. Camping Punta Marina.
Para aquellos que le den más importancia a la tranquilidad que a estar pegado a la arena es recomendable el camping 'Punta Marina', en Isla. Con sus poco más de 100 parcelas las instalaciones de baños y lavaderos son casi unipersonales. Las vistas merecen la pena, y también el precio. Las zonas comunes están muy bien cuidadas y cuenta hasta con una sala de televisión.
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Agradecimientos:
 Mapa de Cantabria

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