Volver a Ferrol

EXPRESO - 15.04.2023

camino

A Ferrol se vuelve siempre. Es meta y salida.

Se vuelve por Semana Santa, porque es Fiesta de Interés Turístico internacional y puntera en Galicia. Si se quiere vivir la Ilustración y su relación con el mar hay que volver a Ferrol, sencillamente porque es el único puerto de Europa que conserva las instalaciones de la época. Se vuelve a Ferrol porque su Museo de la Construcción Naval es el más importante de España y el Castillo de San Felipe, uno de los tres que defendían la entrada de la ría, se conserva íntegro.

museo naval

Los caminos del mar tienen aquí su mejor puerto del Norte para santificarse en Compostela o evitar la maldición en Teixido (‘quien no va de vivo...’), porque, de muertos, vete a saber en que nos reencarnamos. Se vuelve para hacer surf, sople de donde sople. Se vuelve la Noche de las Pepitas para una inmersión en el romanticismo y extasiarse con los valses y las danzas de sus rondallas. Al barrio de Canido hay que volver con frecuencia porque su arte callejero es vivo y efímero. Volvemos a Ferrol porque la lista de nombres propios con vidas apasionantes es interminable, incluso el suyo, Ferrol. Con algunos nos hemos encontrado y se lo contamos ya.

 

Ángel Fernández Torres  y Wenceslao Veiga y Gadea

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Esta vez hemos vuelto atraídos por su jornada clásica y romántica por excelencia: la Noche de las Pepitas, que si bien en su aspecto formal se trata de un ameno y competitivo concierto, no por ello ha perdido su esencia primera, la de rondar a las Pepitas en la víspera de su onomástica, el día de San José. Con aires de tuna estudiantil, las rondallas recorren las calles deteniéndose a cada rato al pie de una ventana que casi siempre se abre, para que la musa de turno abandone por un instante su Parnaso.

balcón

Si hiciésemos una encuesta para identificar esa fecha con un personaje, sin duda el elegido sería Ángel Fernández Torres, el más famoso letrista y con seguridad el más prolífico a pesar de su corta vida. Y es que Ángel, nacido en Ferrol en 1880, a pesar de haber sido maquinista naval y buen dibujante, vivió permanentemente en la nube de la poesía y la tragedia, hasta escribir el poema más celebrado pocos días antes de su muerte, víctima de la tuberculosis y de un amor no correspondido, en 1910. Si el día de difuntos..., que así se titula la obra, ‘se estrenó al año siguiente por la rondalla de su nombre, presidida por Julio López Garrote con música de Juan Pérez’ (*). Sus numerosas composiciones para rondallas fueron creadas prácticamente entre 1902 y 1907; algunas de las más conocidas son: los valses La Acacia, El Nardo, Modernismo, Los Nibelungos, La Magnolia; y las danzas San Pelayo y Entre sombras.

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La obra de Wenceslao Veiga y Gadea (Ferrol, 1855 – Barcelona 1916), aunque también muy ligada a las rondallas, se desarrolla principalmente an los ámbitos teatral y periodístico. ‘Entre las composiciones más conocidas que Wenceslao Veiga escribió para las rondallas ferrolanas están los valses Los Pierrots,  Es bella Pepita, Noche serena, A los ferrolanos y Las Mercedes, y la danza Melancolía’ (*).

autor

El espíritu y la obra de ambos poetas está presente en cada edición, se percibe en las calles al paso de las rondallas y se presiente detrás de cada cortina. Este año la celebración no se limitó a la exhibición de los músicos y aficionados ferrolanos, sino que se abrió a toda la comarca de Ferrolterra y Ortegal, siendo once el número de agrupaciones participantes, sumando las de Cariño, Cedeira y Mugardos.

 

Rodolfo Ucha Piñeiro y el Modernismo ferrolano

Aunque nacido en Vigo en 1882, Rodolfo Ucha vivió vinculado a Ferrol desde los cinco años de edad hasta su muerte en 1981. Fue Arquitecto Municipal, primero con ese título en Galicia, desde 1909 hasta su renuncia en 1936. Paralelamente a su actividad pública, desempeñó su profesión hasta pocos años antes de su muerte. Sus obras más importantes son las realizadas desde 1909 hasta 1927, por seguir las dos corrientes dominantes de la época: el Modernismo (17) y el Neoeclecticismo (11). Para los interesados en profundizar, remitimos al libro-guía El Modernismo a través de la obra de Rodolfo Ucha Piñeiro, de Pilar Freire Rodríguez, editado este año por el Concello de Ferrol.

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Aquí sólo mencionaremos dos de sus obras: El edificio de El Correo Gallego, en la calle Magdalena, nº 186, y el Mercado de la Pescadería. La primera por recordar que, aunque es conocido como un periódico compostelano, El Correo Gallego fue fundado en Ferrol en 1878, donde permaneció hasta 1938; la sede estaba en el actual número 183 de la calle Real, el mismo edificio en el que vivía y tenía su estudio Rodolfo Ucha. En realidad el proyecto que le encargan era una ampliación de las instalaciones del periódico, prolongando la edificación hasta la calle Magdalena. Y la Pescadería del Mercado Central, porque precisamente este año 2023 se cumple el centenario de su construcción, aunque el proyecto es de 1910 y por eso se incluye en el recorrido modernista.

 

Eduardo Hermida y las Meninas de Canido

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Las Meninas de Canido, con sólo 15 años de historia, son un fenómeno de arte callejero que rebasa todos los límites hasta convertirse en un movimiento clásico a nivel mundial. Canido caía en picado, se despoblaba a toda prisa, cada vez más edificios en ruinas, pobreza, marginación..., cuando Eduardo Hermida decidió que había que actuar. Año 2008. ‘La idea era sacar el arte de los museos y traerlo a la calle. La elección de las Meninas, sencillamente porque es el más grande y su aire de melancolía y tristeza encajaba. Además encontramos sugerentes aspectos analógicos; en un cuadro tan vertical, el único elemento horizontal es el perro: cánido – Canido. Una de las meninas, Agustina de Sarmiento, era gallega y vivió hasta los 11 años en el Monasterio de Canedo...’ Nos lo cuenta Eduardo a la vez que caminamos perplejos ante tal diversidad de obras, en cuanto a técnicas y dimensiones, pero todas con el nexo común; ‘es un caso único en el mundo, más de 400 obras en el mismo espacio con el tema de la misma pieza del barroco. Una de las primeras que pinté fue en mi propia casa; desapareció por deterioro y ahora hay un mural que me propusieron unos chicos de Madrid y me gustó’.

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Viene gente de todo el mundo, nos enseña uno de una pintora uruguaya que se desplazó expresamente. Hay multitud de solicitudes para pintar. Al principio eran grafittis en paredes deterioradas, casas abandonadas, medianeras espantosas... Ahora todos quieren su graffiti en la fachada. La dimensión artística es monumental, no sólo por el tamaño inmenso de algunas obras, sino por la amplitud de temáticas y el gran número de artistas inspiradores, como Picaso, Dalí o Van Gogh, sin olvidar el vínculo necesario con las Meninas de Velázquez. Después de algo más de hora y media de ameno paseo nos espeta Eduardo: ‘habremos visto un veinte por ciento de las que hay’.

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En cuanto se hace una obra nueva, que cada vez es más frecuente, ya están solicitando la decoración de los bajos. Los negocios participan de esta fiebre, incorporando múltiples elementos alusivos a las Meninas. Por supuesto, el Ayuntamiento se ha sumado a la corriente, rediseñando barandillas, bolardos y alcorques, esculturas en parques y aceras, cuidando la organización del festival anual (el primer fin de semana de septiembre) y propiciando la nueva edificación sin trabas estéticas. Aquí está el arma de doble filo: con cada nueva casa desaparecen varias obras, algunas de gran valor artístico. Esa es la vida de las Meninas, unas se pierden y surgen nuevas creaciones. Por eso hay que volver, siempre encontraremos un escenario nuevo. Ferrol tiene la tasa de natalidad más baja de España, pero en Canido, en estos años, se ha duplicado.

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La vuelta a Ferrol, nombre propio

Queremos aprovechar la ocasión para dedicar unas líneas, casi en modo telegráfico, al misterioso nombre de esta ciudad, vapuleado durante siglos, pero ya estable desde hace cuarenta años (de momento).

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Por lo que leemos, Ferrol sigue siendo una incógnita para los lingüistas, que bogan en verdaderos ríos de tinta, etimológicos o legendarios, entre el céltico fer-ol, el ferrum latino, el santo bretón san Ferreoli, el ferrón gallego, el faro o farol... Mientras, los historiadores lo tienen más claro: Ferrol aparece escrito así por primera vez en latín, Sancto Iuliano de Ferrol, en un documento eclesiástico de la catedral de Santiago, del 1087. Se conserva tal cual en los siglos siguientes, tanto en los escritos en gallego, gallego-portugués o castellano. Y es a partir del XVII cuando empieza a aparecer con el artículo, unas veces el Ferrol y otras El Ferrol (hay excepciones, como un documento de 1733, en el que se habla de ‘Ferrol y La Graña’, firmado por Felipe V), para hacerse permanente con El en toda la documentación en castellano desde mediados del XVIII. Así se mantuvo hasta 1938, año en el que el señor Serrano Súñer, ministro de Interior, decidió que pasase a denominarse El Ferrol del Caudillo. Conservó el apelativo hasta 1982 y el artículo hasta 1984, año en el que, por decisión de los ferrolanos, recuperó su nombre de hace diez siglos: Ferrol.

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De lo manipulable que es la toponimia ya nos advertía Julio Dádila Díaz en un opúsculo publicado en 1903; lo traemos a colación porque precisamente utilizaba como ejemplo el nombre de esta ciudad. Decía: ‘...¿cuantos siglos se llamó Coruña a la capital de nuestra provincia y pudo conseguirse, en la última mitad de la pasada centuria, a fuerza de tenacidad y de constancia, que se acostumbrase el pueblo a decir La Coruña, anteponiéndole el artículo la? ¿Y los ferrolanos no van acostumbrándose a dar a su pueblo el novísimo nombre de El Ferrol, que siempre fue Ferrol? Estos nombres eran realmente tradicionales, y, con todo eso, el pueblo va entrando por la reforma.’ Posiblemente Dávila estaba convencido en aquel momento de que el cambio en tales topónimos era definitivo. Si pudiera volver, sin duda se asombraría.

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Texto y fotos: Manolo Bustabad Rapa

(*) Diario de Ferrol, 15 de junio de 2019.

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