Papini tenía razón

EXPRESO - 10.04.2017

Manolo Bustabad Rapa, periodista

Creo que llegó la hora de ser más recatados a la hora de morder, masticar, sorber y trasegar. Proponemos que, definitivamente, los actos de zampar y pimplar se realicen en cuartos individuales, con cerrojo interior...

De aquellas lecturas de juventud hay frases e ideas que nunca se te borraron. Aunque no las tengas siempre en portada, basta un detalle, una chispa, para que salte la página y recobren actualidad. De Giovanni Papini, más que recordarlo ocasionalmente lo tengo presente con frecuencia y, más concretamente, su propuesta para comer en intimidad. Sostenía el italiano que lo mismo que para los actos de evacuar, los humanos nos aislamos en estancias adecuadas y consideramos  inapropiado, por ejemplo, defecar en grupo, cuando se trata de comer y beber deberíamos disponer unos cuartos para, encerrándonos, satisfacer nuestras necesidades de alimentación y gula, libres de roces indeseados y miradas indiscretas.

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Lo tengo presente con frecuencia; unas veces, para desecharlo: es cuando disfruto de la agradable compañía de la familia y los amigos; otras muchas, para darle la razón. Por motivos de trabajo es habitual para mí compartir mantel con desconocidos o colegas que frecuento de tarde en tarde. Y más en esto de los viajes relacionados con información y promoción del turismo, donde la gastronomía ocupa un lugar destacado, propiciando ágapes, catas y degustaciones. En esas ocasiones puedes encontrarte de todo: Escritores de culinaria que confunden trucha con robaliza o gurmets que comen la tortilla usando el cuchillo. Como el espacio tampoco suele sobrar, puede que tu compañero de la izquierda se coma tu trozo de pan o que pasee su servilleta usada sobre tus cubiertos. Por cierto, los hay que no desdoblan la servilleta, que ponen la mochila sobre la mesa o que comen con la gorra puesta.
 
Cuando además de compartir mantel compartes fuente, por aquello de las degustaciones conjuntas, no falta quien moje su trozo de pan, ya mordido, en la salsa o el aceite en el que también pensabas sopetear, o quien repase con la lengua el cuchillo de untar el queso pastoso de la quesera común, antes de volver a hundirlo en el cremoso manjar.
 
Otra cosa es que no te importe intercambiar la saliva con la peña, lo cual puedes potenciar fumando pipas de agua en grupo, sorbiendo mate todos con la misma bombilla o tomando culines de sidra con un vaso para cuatro. Aunque esto último está cambiando y ya predominan las  espichadas con un vaso por barba. Pero esas son otras divagaciones.
 
Creo que llegó la hora de ser más recatados a la hora de morder, masticar, sorber y trasegar. Proponemos que, definitivamente, los actos de zampar y pimplar se realicen en cuartos individuales, con cerrojo interior. Esquemáticamente vale el formato de los baños, con pequeñas adaptaciones: cuando vamos a excretar o a mear, decimos púdicamente que entramos al baño, ese lugar con lavabos rodeado de cabinas, que en realidad son excusados con un retrete en cada uno. Pues igual, cuando se trate de nutrirse, no mentaremos la manduca, simplemente diremos: vamos a la cocina; allí, además del espacio común de avituallamiento, tendremos una serie de cabinas para ocultar a las miradas indiscretas nuestro sucio acto de engullir. Allí podremos meter las manos en los platos y mascar sin límites con la boca abierta, bebiendo a la vez si nos place, e incluso ahorrándonos la servilleta y la cubertería llegado el caso.

 

 

En fin, ahora comprendo que Papini tenía razón. Voy a recuperar aquella lectura porque, no lo recuerdo, casi con seguridad apuntaba sabios consejos para poner en práctica ese casto modo de yantar sin  afrentar al prójimo.
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