Túnez, un oasis en el Islam. Cartas a Chihab, guía ocasional (VI)

EXPRESO - 08.01.2017

Manolo Bustabad Rapa, periodista

¿Te acuerdas del embarque en el bimotor que nos llevaría a Túnez? Mientras hacíamos fila en la pista del aeropuerto de Tozeur, se veían al fondo los aviones de Sadam Husein, inmovilizados al menos diez años ya...

 

Amigo Chihab:

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¿Te acuerdas del embarque en el bimotor que nos llevaría a Túnez? Mientras hacíamos fila en la pista del aeropuerto de Tozeur, se veían al fondo los aviones de Sadam Husein, inmovilizados al menos diez años ya, y fue inevitable la aparición de la terrible secuencia: dictadura salvaje, guerra, derrocamiento, horca, gobierno débil y mangoneado, desgobierno, movimientos insurgentes, inestabilidad, yihadismo... Hechos repetidos en varios países e incremento del terror, sobre todo en torno al Mediterráneo...
Pero nos esperaba Cartago, unas piedras dormidas desde hace ya trece siglos, guardando la historia de los quince o veinte anteriores, (en cuanto a fechas discrepan los eruditos y chocan historias y leyendas). Aunque ya íbamos luchando contra el reloj, quisiste que llevásemos en la retina muestra de tres etapas distantes entre sí (no recuerdo si las vimos por orden cronológico): La primera, y más sorprendente para mí, el puerto fenicio en forma de corona circular, con el acceso camuflado de tal modo que, a ojos de los perseguidores, las naves desaparecían de repente "engullidas" por la tierra. La segunda, obra romana Patrimonio de la Humanidad, las cisternas de La Malga, enormes depósitos donde se almacenaba el agua que traía el acueducto de Adriano. Y, de la etapa bizantina, los pilares aún empinados de la basílica Damous El Karita, cuyo nombre deriva del latino Domus Caritatis, sede del Concilio de Cartago, en el que se condenó la herejía donatista.
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Actualmente Cartago es un barrio residencial de Túnez capital, cuya construcción fue iniciada por los franceses. A ellos se debe también la Catedral de San Luis, de finales del XIX, ya sin culto. Me impresionó especialmente lo que nos contaste sobre el crecimiento salvaje de la metrópoli, que en los últimos sesenta años multiplicó por diez su población, hasta llegar a los tres millones y medio de hoy. Todo a base de barrios "espontáneos", sin planes urbanísticos y con un deficiente transporte público. De ahí la proliferación de taxis (amarillos) y louages, coches colectivos de 8 ó 10 plazas para las conexiones interurbanas.
Entre Túnez y Cartago pasamos al lado del Barrio del Lago, lujosa urbanización construida por una empresa saudí, con una cláusula que prohíbe vender alcohol en su ámbito. Justo al lado de la Embajada de los EEUU, cerrada como un bunker desde que, en 2013, en período islamista, fuese asaltada en represalia por una película sobre Mahoma.
Sidi Bou Said, que toma su nombre de un místico del siglo XIII, se encuentra en la misma hermosa bahía que Cartago. Sin embargo, hasta el siglo XIX su nombre era Djebel Manar (la montaña del faro), que ya desde el XVIII "se convierte en el lugar de veraneo preferido por los notables". Es un bellísimo pueblo blanco y azul, con calles empinadas y empedradas,  ventanas con celosías moriscas y artísticas puertas adornadas con clavos. Una belleza protegida por decreto desde 1915 y constante polo de atracción de intelectuales y artistas. Cuenta con un magnífico puerto deportivo y un museo, En Nejma ez Zahra, instalado en el antiguo palacio del Barón R. d'Erlanger, que es además el Centro de las Músicas Árabes y Mediterráneas.
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Nuestra última comida (antes de dirigirnos al aeropuerto), exquisita muestra de la gastronomía local, respondiendo a la fama del magnífico restaurante Au Bon Vieux Temps.
En esta ocasión te escribo mientras en Marruecos terminan el recuento de votos, aunque ya parece claro que gana de nuevo el partido islamista moderado que gobernó la última legislatura. Desde que te conocí, estoy siempre atento a lo que se dice en nuestra prensa sobre la vida en los países árabes, sobre todo en el Norte de África. Los islamistas avanzan en todas partes y menos mal si son sensatos en sus interpretaciones, pero da la impresión de que si no hay una fuerza superior que los contenga acaban por imponer criterios medievales en su legislación.
Afortunadamente, aunque me apena, en Marruecos la monarquía juega un importante papel de control que limita los extremismos. Aun así, los derechos de las mujeres dejan mucho que desear; y ya no digamos los de los homosexuales, a esos los encarcelan directamente. Y decía "afortunadamente", porque en los países que se han sacudido el yugo de la dictadura, la situación ha empeorado. Parece que la democracia real nunca va a llegar al mundo islámico. Ya sé que Túnez va algunos pasos por delante, pero (te ruego que me corrijas si me equivoco) las mujeres sólo se atreven a exhibir el pelo en algunas ciudades y los gays y lesbianas siguen invisibles (o en la cárcel).
Y todo esto en una tierra que cultiva cepas y olivos, porque un día fue fenicia y romana. Cuando la mayoría de tunecinos sepa disfrutar de una copa de vino, como tú, sin emborracharse, quizá llegue también la ansiada igualdad de derechos, sin discriminación alguna. Entonces nadie echará de menos a Muamar el Gadafi ni a Sadam Husein. Y las lujosas jaimas y los imponentes jets podrán convertirse en museos o escuelas.
Un abrazo desde Orense, España, en los últimos días del verano de 2016.
Manolo Bustabad
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