Túnez, un oasis en el Islam. Cartas a Chihab, guía ocasional (V)

EXPRESO - 10.12.2016

Manolo Bustabad Rapa, periodista

Después de seguir aquella antigua ruta de caravanas, sorteando las áridas montañas de Djeber Tebaga y el gran lago salado Chott El Jérid, inmensa planicie nacarada, nos recibe el vergel de Tozeur con sus centenares de miles de palmeras...

 

Amigo Chihab:

 
Después de seguir aquella antigua ruta de caravanas, sorteando las áridas montañas de Djeber Tebaga y el gran lago salado Chott El Jérid, inmensa planicie nacarada, nos recibe el vergel de Tozeur con sus centenares de miles de palmeras de nueva plantación y su aprovechamiento agrario intensivo. Recuerdo bien tu explicación sobre los cultivos en tres niveles: en el más alto, las datileras; debajo, los frutales y, entre ellos, las hortalizas. También mencionaste el desequilibrio que se produce con la progresiva merma del acuífero y el castigo que supone para los palmerales naturales, que, poco a poco, van secando.
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Nos hospedamos en el Palm Beach Hotel-Tozeur, bonito edificio situado en una zona residencial repleta de palmas y hospederías, desde el que llegamos al centro caminando en pocos minutos. Un paseo por la zona vieja nos traslada a otra época, revelándonos una tradicional inquietud arquitectónica a través de bellos trabajos de carpintería, forja y albañilería. Sus plazuelas y callejas son un verdadero museo del ladrillo cara vista en filigranas, lacerías, combinaciones geométricas e ingeniosas, artísticas y variadas soluciones constructivas. Nos paramos ante una puerta de dos hojas, donde nos desvelaste porqué muchas aún tienen dos aldabas, una a cada lado, para uso de hombre o mujer (aquella tenía tres, una a menos altura para los niños). Por cierto, aquí en carpintería se usa sobre todo madera de palma curada con sal.
El impactante contraste de paisajes es uno de los mayores atractivos de esta región. Es una constante en cada una de las excursiones que realizamos: planicies salinas, arena, algún dromedario pastando entre hierbajos resecos y..., de repente, una mancha oscura bordeando una loma y un desfiladero que esconde el tesoro. Un curso de agua, una cascada y una poza amplia con varios adolescentes bañándose... En el recorrido nos cruzamos con el niño vendedor de amatistas y calcedonias. Era Chébika, el primer oasis que topamos después de bordear Chott El Gharsa, camino de Midès.
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En la subida nos detenemos unos minutos en la Gran Cascada, con poca agua y pocas visitas en ese momento, pero bellísima y colmada de colorido con paños vistosos y ágatas preciosas aguardando su regreso. Midès, ya en la frontera con Argelia, nos recibe con un bosque frondoso al borde de un precipicio abierto en la arenisca por el agua y los siglos. En el perímetro del mirador, mostradores repletos de "rosas del desierto" sin vendedor a la vista.
Era obligada la cita en el famoso escenario de Star Wars en el desierto, pero, si te digo la verdad, disfruté más del recorrido en 4x4, sobre todo en el tobogán de dunas final, que de los ya erosionados decorados y sus indígenas con insólitas mascotas para la foto turística. Y por supuesto de la mini-escala de Nefta, tierra de Sidi Bou Alí, famoso santo del siglo XIII, en aquel mirador sobre el centro del oasis. Nefta es famoso por sus bosques de palmeras datileras, sus jardines de frutales, sobre todo naranjos y limoneros, y por sus tejidos de lana, "mantas, albornoces y jaiques". De tu charla me quedó grabada la referencia al "pueblo de santones (hasta setenta) y meigas" (sic) que han hecho famoso el lugar. Con lo de "meigas" no te quedó más remedio que hablarnos de tu amiga gallega en una de tus estancias en España.
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Nuestra última jornada en Tozeur, antes de trasladarnos en avión a Túnez, la dedicamos a conocer un poco la ciudad y descubrir en lo más profundo del palmeral algunos hospedajes sorprendentes, como Diar Abou Habibi, "la casa del pajarito", un hotel con encanto formado por 17 cabañas de madera elevadas, preparadas sobre todo para acoger turismo familiar; o Dar Touzria, la casa de Ben Mahmoud, un bonito palacete con personal uniformado, exquisito servicio de té, con pastas elaboradas en la propia cocina, y exhibición de un experto en recolección de dátiles,  trepando a una palmera sin más ayuda que las propias manos y pies descalzos.
Apurábamos los últimos minutos en la tierra de los oasis. Fue poco tiempo, pero conseguiste avivar nuestro interés por volver. Queda mucho por descubrir. Esa misma noche dormiríamos en la capital.
Si te parece, la próxima semana rememoramos las últimas horas en Cartago y Sidi Bou Said.
Hasta entonces. Un abrazo
                                                           Orense, España, verano del 2016
Manolo Bustabad
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