Islas autosuficientes, ¿utopía, realidad o engaño ecológico?

EXPRESO - 12.10.2011

Ana Bustabad Alonso, periodista

Leemos estos días en la prensa sobre Vormsi, una pequeña isla estona que aparece como la primera isla autosuficiente del mundo. ¿Lo es en realidad? Una de las lecciones básicas que se aprenden en las facultades de Periodismo es desconfiar de los superlativos absolutos…

Leemos estos días en la prensa sobre Vormsi, una pequeña isla estona que aparece en los titulares como la primera isla autosuficiente del mundo. ¿Lo es en realidad? ¿Autosuficiente? ¿La primera? ¿La única?
Una de las lecciones básicas que se aprenden en las facultades de Periodismo –y uno de los errores más frecuentes que cometemos los plumillas- es desconfiar de los superlativos absolutos. Cuidado con los que se autoproclaman los primeros, los mejores, los únicos. Casi todo está ya inventado.
Situada al noroeste de Estonia, Vormsi es una pequeña comunidad insular de 500 habitantes que tiene previsto generar el 25% de la energía que consume a través de miniaerogeneradores y placas solares. El nombre del proyecto, Smart Vormsi.
Pero no es la única. Desde hace ya unos años, la escocesa isla de Eigg genera toda la energía que necesita combinando la fuerza del sol, del viento y del agua y almacenándola en baterías. Se tardaron diez años en completar el proyecto que necesitó una inversión de 3 millones de dólares.
Ya en 1997, la Agencia danesa de Energía (D.E.A.) organizó un concurso a nivel nacional para seleccionar la isla cercana a la costa que tuviera el mejor plan para convertirse en 100% energéticamente sostenible. La ganadora, Samso, en el Mar del Norte, utiliza turbinas eólicas, paneles solares, centeno, trigo y paja para calentar los edificios sin emitir ni un gramo de CO2 a la atmósfera.
Pero la independencia total está lejos de ser una realidad. Lograr un espacio libre de combustibles fósiles y emisiones de gases con efecto invernadero implica ser autosuficiente de verdad, no solo energéticamente, y todas las islas, sin excepción, necesitan del mundo exterior para alimentarse, vestirse, o simplemente conectarse al mundo.
Por mucho que los tractores funcionen con biomasa, o que sus habitantes se pasen la vida pedaleando, los ferrys que las comunican con tierra firme y los barcos de mercancías que abastecen a las islas siguen consumiendo petróleo.
Para ser realmente autosuficientes, islas y comunidades deberían viajar atrás en el tiempo más de un centenar de años, hasta la época en que la luz eléctrica era un sueño, y los televisores, los smartphones, los vaqueros o la Coca Cola no formaban parte de nuestra vida cotidiana.
Solo renunciando a estos imprescindibles del siglo XXI podría una comunidad lograr la independencia del mundo exterior. ¿Conocen alguna isla dispuesta a semejante sacrificio?
Cuando nuestros abuelos eran pequeños, en la inmensa mayoría de pueblos y aldeas españoles la vida transcurría a la luz de los candiles, la ropa que vestían se confeccionaba con lana de sus propias ovejas y lino tejido a mano, y solo comían carne quienes disponían de gallinas o cerdos en sus establos.
Pero, sobre todo, la gran clave de la autosuficiencia implicaba la autogestión de los residuos. En aquellos tiempos no tan lejanos, los desechos se reciclaban, reutilizaban, o simplemente desaparecían en forma de comida para los animales, como aún hoy en algunas zonas de la India. Claro que no existían las muñecas de plástico o los tetrabrik de leche.
De basuras saben mucho en el Whim Architecture, un estudio holandés capitaneado por el arquitecto Ramon Knoester, que se ha propuesto juntar la basura que flota en el Océano Pacífico para construir una isla de desperdicios.
Recycled Island, que así se llama el proyecto, pretende limpiar la zona del Great Garbage Patch, al noreste de Hawai, hacerla habitable y crear un espacio sostenible utilizando la fuerza del sol y el agua, instalando letrinas con dispositivos que creen abono, y a provechar las algas marinas como fertilizante y alimento. ¿Una utopía?
El artista británico Rishi Sowa es el flamante propietario de Spiral Island, un pintoresco islote de unos 20 metros creado con poco más que bambú y botellas de plástico cerca de Isla Mujeres, en el Golfo de México, en el que ha conseguido plantar árboles frutales y hasta recrear un par de playas.
También en los mares tropicales, los inventores del sistema OTEC (Oceanic Thermal Energy Conversion) apuestan por aprovechar la diferencia de temperatura del agua, que oscila entre los 30ºC de la superficie y los menos de 5º C que tiene a un kilómetro de profundidad, para calentar amoníaco y mover las turbinas con su vapor.
La obsesión de crear islas viene de lejos. A veces para aumentar el territorio de pequeñas naciones, ubicar puertos y aeropuertos, como Kansai o Kobe, en Japón, o simplemente por razones turísticas, como en el caso de Dubai, con sus famosas Palm Jumeirah y The World, un archipiélago con forma de mapamundi.
Pero el ejemplo más curioso hay que buscarlo más de cinco siglos atrás. Cuando los primeros españoles llegaron a la ciudad azteca de Tenochtitlán, en lo que hoy es México, quedaron absolutamente sorprendidos con la cantidad de islas flotantes desperdigadas por el lago.
Elaborados con una estructura vegetal sobre la que los nativos habían dispuesto tierra fértil, flores y verduras crecían hermosas en pequeños rectángulos llamados chinampas. Un sorprendente método agrícola sobre el agua.
¿Está ya todo inventado? ¿Ser sostenible significa volver atrás en el tiempo? ¿Existirá algún día una isla realmente autosuficiente?
 

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