St Regis Mardavall, el hotel más blanco del mundo

EXPRESO - 10.01.2011

Texto y fotografías: Federico Ruiz de Andrés y Ana Bustabad Alonso La primera vez que estuve en el St

Texto y fotografías: Federico Ruiz de Andrés y Ana Bustabad Alonso

La primera vez que estuve en el St. Regis Mardavall Mallorca Resort, uno de los hoteles más confortablemente lujosos que conozco, me preguntaron qué me había parecido. Y contesté enseguida: me ha encantado, es completamente blanco.
Pocos meses después tuve la suerte de volver a Mallorca para comprobar con asombro que, ni su planta mediterránea, de colores terrosos, ni su mobiliario neutro, ni su carpintería de madera oscura se ajustaban con la descripción mental que me había formado del hotel.
¿Entonces? Cualquiera que pase dos días en el Mardavall traerá en su retina la luz clara que se cuela por todas partes; su refrescante tapicería en colores crudos; las flores que salpican aquí y allí el hotel: orquídeas, liliums, calas… todas completamente blancas.
Situado al suroeste de la ciudad de Palma de Mallorca, apenas diez minutos en coche, en Portal Nous, Calviá, el St. Regis Mardavall capta toda la luz que llega del Mediterráneo antes de que se pierda entre los pliegues de la Tramuntana.
Los elegantes arcos de medio punto de la fachada son sólo un trámite para adentrarse en un espacio que sorprende desde que entras al vestíbulo, blanco todo, con una lámpara morisca presidiendo su inmensa altura.
El lujo se percibe nada más llegar. Te reciben con una rosa blanca y en dos minutos te encuentras saboreando un cóctel de frutas en el bar Es Vent, o en el Churchill, donde está la magnífica cava de puros y hasta hace poco se podía fumar, que parece más bien un salón colonial.
Mientras, alguien te ahorra el farragoso chek in.
Desde los sillones de cuero se cuela tan a raudales la luz que dan ganas de salir a la terraza, de perderse por el jardín que lleva al mar. Me quiero quedar aquí para siempre, piensas, es imposible que la habitación sea más agradable que esto. Pero lo es.
No creo que haya muchos hoteles con habitaciones tan bien pensadas como sus Junior Suites, absolutamente cómodas, amplias y elegantes. De esas que resulta difícil describir porque nada destaca, todo está al servicio del viajero sin estridencias, inadvertidamente perfecto.
Dentro esperan muchas sorpresas. Desde la carta gratuita de más de doscientas películas en DVD, hasta el sofisticado sistema de iluminación, o el pequeño jarrón escondido en el armario, para colocar la rosa blanca.
En la terraza, donde la habitación se abre al Mediterráneo con unos muebles que deberían ser de mimbre natural, una manta de lana clara arropa las noches más frescas.
Estamos en una zona abrupta de la costa, pero nada más salir por la verja que da al mar, basta caminar un poco hacia la izquierda para encontrarse con dos calitas fantásticas, que fuera de la temporada de verano encuentras siempre desiertas.
Desde la terraza de los desayunos, de enormes sombrillas blancas para atrapar el sol mallorquín, se pueden ver los diferentes ambientes de jardines, con un espacio reservado para los juegos infantiles, piscina, el Pool Bar Sa Badia, y un pinar en miniatura que invita a tumbarse para leer a la sombra.
El día en el Mardavall suele comenzar despacio. Saboreando uno –o muchos- de su sorprendente variedad de tés con limón envuelto en muselina; alguna de las especialidades de la isla, sobrasada, fuet, o ensaimada; o alemanas –muchos de sus clientes lo son-; perdiéndose una y otra vez por un buffet lleno de detalles.
Si se quiere comenzar con algo más exclusivo, podemos pedir que nos suban a la habitación un caviar Osietra con una botella de Moet Chandon. Pero en el Mardavall el momento de las burbujas por excelencia llega cada viernes por la noche con el tradicional rito de champán francés.
Justo a las ocho y media, se reúnen en el Bar Es Vent los amantes de una de las bebidas más singulares, el Krug Grande Cuvée. Iluminación suave, música en directo, y aperitivos acompañan una extensa selección de champán que se puede pedir por copas. Una experiencia que han disfrutado alguna vez los jugadores de fútbol más famosos del mundo, que vienen de vez en cuando por el Mardavall.
Aunque, si de bebidas elegantes se trata, en el lounge del hotel se pueden encontrar los más representativos de todas las épocas.
Fue precisamente en otro St. Regis, el de Nueva York, donde Fernand Petiot perfeccionó en los años 30 su receta parisina de vodka y zumo de tomate añadiendo sal, pimienta, limón, y salsas Tabasco y Worcester, el famoso Bloody Mary, bautizándolo como Red Snapper y convirtiéndolo en el cóctel emblemático del King Cole Bar.
De las tres alas del edificio, la central está reservada a las habitaciones con servicio de mayordomo. Porque aquí el lujo es una realidad en todos los detalles. Edredones de pluma de ganso, sábanas de hilo egipcio, televisores Bang & Olufsen, también en el cuarto de baño, donde todos los productos son de L’Occitane, y la calidez la ponen el suelo radiante y los detalles, como los portavelas o un práctico anillero de aires moriscos.
Pero la joya del hotel, el lugar más deseado durante todo el año, está justo debajo de sus cinco plantas. Es el Thalasso Spa and Wellness Centre, casi 5.000 metros cuadrados dedicados a los tratamientos de talasoterapia, a la medicina tradicional china, a la belleza y al bienestar del cuerpo y la mente.
Aquí se pueden disfrutar los productos Ligne St Barth procedentes de la caribeña isla St Barthélemy, tratamientos ayurvédicos, o dejarse mimar con las increíbles ceremonias de baño de Anne Semonin, el masaje polinesio a cuatro manos con piedras calientes, o el ritual Parisienne ‘de pies a cabeza’, que comienza con un baño de verbena exótica.
Los doctores Lu y Tang son los encargados de introducirnos en la acupuntura facial anti-aging, que funciona como un lifting muy especial; la fitoterapia oriental o el Qi Gong, un antiquísimo sistema chino de ejercicios que combina ejercicios mentales, respiratorios y de movimiento.
Una coqueta piscina que recuerda a las termas del mundo antiguo, un jardín de reposo con camas de agua sobre piedras calientes, zumos naturales, infusiones exóticas…
Hasta los más pequeños cuentan en el Thalasso Spa, con masajes y tratamientos de ‘Pequeños pies’, ‘Pequeñas manos’ o ‘Cara lavada’ para que los menores de doce años sientan ya el lujo de dejarse mimar.
La gastronomía del St. Regis Mardavall también se dibuja en blanco. Desde la crema de raíz de perejil con trufa, hasta los postres de chocolate con helado de vainilla, el blanco inspira la cocina mediterránea del Aqua, ligero por las mañanas y cálido y romántico cuando cae la noche.
Pero su restaurante estrella, el más elegante y el más deseado, se llama Es Fum. Mármol, candelabros y una terraza frente al mar maridan perfectamente con una carta de cocina mallorquina y europea con toques asiáticos a cargo del chef Thomas Khal.
El hotel Mardavall pertenece a la cadena St. Regis, una de las más lujosas del mundo, que cuenta ya con veintiún hoteles emblemáticos. Además, comparte marca Starwood y propietarios con otros dos hoteles mallorquines, el Sheraton Arabella Golf, y el Castillo Son Vida, desde donde se pueden disfrutar los amaneceres y los anocheceres más bonitos de Palma.
Así que, si el huésped quiere continuar su viaje culinario, no tiene más que reservar la ruta gastronómica ‘Dine Around’, que da la posibilidad de cenar en cualquiera de sus restaurantes y cargarlo directamente a la habitación, e incluso pedir que le organicen los traslados desde el Mardavall.
Del Mardavall es mejor marcharse sin mirar atrás. No vaya a ser que la vista del edificio difumine en nuestra retina la experiencia luminosa del hotel más blanco del mundo.

 

Agradecimientos:

 

Comentarios