Un recorrido especial por Dubrovnik, con los cinco sentidos

EXPRESO - 30.09.2012

Texto y fotos: Ana Bustabad Alonso

Amurallada, estratégicamente rodeada de agua por el mar Adriático, codiciada a lo largo de la historia por innumerables imperios, la ciudad más turística de Croacia siempre ha resistido orgullosa a unos y otros, sin perder identidad ni belleza.
El asedio que sus habitantes recuerdan con más tristeza tuvo lugar hace bien poco, en 1991. Tras seis meses terribles resistiendo el fuego enemigo, solo la amenaza sobre su casco histórico Patrimonio de la Humanidad hizo reaccionar a la comunidad internacional.
Completamente reconstruida ya, Dubrovnik es ahora uno de los destinos más visitados del Mediterráneo. Por aquí pasean cada día miles de turistas con visitas guiadas en más de veinte idiomas, descubriendo su riqueza patrimonial y su historia.
Por eso, esperamos a las cinco y media de la tarde, la hora mágica en que los cruceristas abandonan Dubrovnik, y te invitamos a recorrer sus calles de una manera totalmente diferente, con los cinco sentidos.
 
PARA OLER
Nada más acercarte a la puerta de Pile, la entrada principal, reconocerás enseguida el aroma de los naranjos que flanquean la muralla. Sus frutos amargos, como los de las calles de Sevilla, se utilizan aquí para hacer mermeladas y Arancín, un dulce típico de Dubrovnik, cáscaras de naranja recubiertas con azúcar, que se suelen acompañar con Krostula, galletas secas, una combinación perfecta.
Una vez que se atraviesa la muralla, frente a la gran fuente circular y al convento de Santa Clara, llega en cuanto cae la tarde un intenso olor a cera. Viene de la iglesia de San Salvador, actualmente desacralizada, donde varios días a la semana se celebran los conciertos de Las Velas.
El convento de Santa Clara huele a ropa blanca, limpia. Es la que se puede encontrar dentro, en Mara, una tienda de artesanía que vende prendas bordadas a mano, algunas con caracteres de antiguos alfabetos croatas.
Para comprar ropa más actual, conviene acercarse a Nebo, que ofrece lo último de los diseñadores nacionales frente a la iglesia ortodoxa, y si se busca algo más exclusivo, la tienda María, justo antes de salir por la Puerta del Pescado.
En Dubrovnik es muy fácil ubicarse. A ambos lados de Stradun, la principal, se extienden paralelamente dos calles de tiendas y una de restaurantes. Pero los mejores lugares, sin duda, se encuentran en las pequeñas callejuelas perpendiculares.
El olor del café te llegará sin remedio mientras paseas por Dubrovnik. Buenísimo en toda Croacia, se puede disfrutar aquí en bares tan agradables como el Trovadur, junto a la catedral, donde los parroquianos juegan cada tarde al ajedrez, o en el café Talir, que lleva el nombre de la antigua moneda de Dubrovnik.
Son famosas sus tertulias de periodistas, intelectuales, y artistas en la calle Antuninska, junto a la galería de arte del mismo dueño. No te pierdas los cojines que salpican la escalera que sube hacia el teleférico.
 
PARA MIRAR
Precisamente este teleférico, que te sube al monte de San Sergio, ofrece una de las mejores vistas de Dubrovnik. En lo alto, además, cuenta con un restaurante con terrazas al aire libre perfectas para una cena especial.
Otra perspectiva especial se obtiene caminando por la parte alta de la muralla, un recorrido más bonito si se hace en el sentido contrario a las agujas del reloj. También hay rutas en barco, que permiten apreciar el perímetro marítimo de Dubrovnik, y paseos en helicóptero, si se busca algo más exclusivo.
Callejeando descubrirás muchos lugares interesantes para deleite de la vista, como el sorprendente Art Clarisa Space, o la galería de pintura del capitán Stjepko Manic.
Una visita muy recomendable es el War Photo, que cuenta con exposiciones fotográficas permanentes sobre la ex Yugoslavia y la guerra, para que nadie olvide la historia. Desde Dubrovnik se pueden hacer además escapadas de un día a la cercana Mostar, en Bosnia, o cruzar a la vecina Montenegro, a pocos kilómetros de la ciudad.
Bajo la estatua de San Rolando, en la plaza principal, podrás ver la medida original de Dubrovnik, utilizada durante siglos por todos los comerciantes.
Cada dos de febrero, los ciudadanos vienen hasta aquí para pedir al santo que bendiga sus pañuelos, los que lucirán al día siguiente en una original procesión protegida por la Unesco.
Pero son las joyerías las que esconden los colores más preciados de Dubrovnik. En Trinity, situada en un precioso edificio de piedra, sube hasta la primera planta y asómate a la ventana, tendrás una vista privilegiada sobre la avenida principal.
No te pierdas tampoco las joyas de Zlatarna Krizek, en la calle Boskovicéva, elaboradas completamente a mano.
 
PARA TOCAR
Justo al lado de la iglesia de San Salvador, mientras esperas para ver el concierto de las velas, entra un momento en la farmacia Klaustar. Llamada así porque está ubicada en un viejo claustro franciscano, lleva siglos elaborando cremas artesanales, cosméticos naturales que te dejarán la piel perfecta. Por unas 30 kunas puedes visitarla, pero reserva algo más para comprar su famosa crema de naranja, o su imprescindible agua de rosas.
Solo para ellos, una parada recomendada muy cerca de la iglesia ortodoxa, en la barbería antigua de Cikato, el Muski Frizerski Salon, para sentir el tacto de un perfecto afeitado a navaja.
Con la piel suave podrás apreciar mejor la delicadeza de los pañuelos de seda, uno de los recuerdos más atractivos que puedes traerte de Dubrovnik. Los encontrarás pintados a mano en la tienda Medusa, que solo vende artesanía hecha en Croacia, 'Authentically Croatian', como indica un cartel a la entrada que encontrarás en otros comercios de la ciudad.
Si no hay mucha gente, pídele a Jelena, su propietaria, que te enseñe la entrada al sótano, donde se almacenaba antiguamente el agua potable, como en la mayoría de las viviendas de esta urbe amurallada.
El tacto del agua es precisamente uno de los más apetecibles aquí, sobre todo en verano. Aprovecha la mañana, cuando Dubrovnik está más transitada, para tomar un barquito en el puerto y escaparte a Kórchula, la isla que hay justo enfrente. Por la noche déjate caer por la playa de Banje donde está el East Coast Club, que organiza las mejores fiestas.
Y, por supuesto, en esta ciudad tienes que tocar sus piedras, que se cuentan por miles de toneladas. Impresiona la suavidad de las del suelo, tan pulidas por los dos millones de turistas que la visitan al año, que parecen mármol.
Al principio de la calle Pile hay una muy especial, la piedra Tocak. Dicen que si aguantas más de tres segundos sobre ella, atraerás la buena suerte a tu vida.
 
PARA SABOREAR
Como no podía ser de otra forma en una ciudad rodeada de mar, Dubrovnik sabe a pescado. Los encontrarás fresquísimos en el exclusivo Lounge Bar Gil’s, junto al puerto. Pero también en Pescaria, muchísimo más barato. Si te apetece un restaurante menos turístico te recomendamos comer en el Moby Dick, en el centro.
Claro, no todo es pescado. En la calle Antuninska se pueden comer los mejores bocadillos de jamón de la ciudad en el Buffet Skola, que Dinka y Milo preparan en hogazas gigantes.
De postre, no puedes perderte la tarta Rozata, elaborada con algarrobas, cremosa, buenísima. Pídela en Mimoza, es un restaurante situado fuera ya de la muralla. La carta es correcta, pero aquí preparan la mejor tarta de la ciudad.
Si te gustan los pasteles, vuelve al centro. Al doblar la esquina de la iglesia ortodoxa encontrarás una terraza minúscula con solo tres taburetes. Es la de Sugar Spice, donde puedes tomar un té con excelentes dulces caseros.
Uno de los restaurantes más románticos de Dubrovnik está nada más salir del recinto histórico. Desde 1836, el Dubravka ofrece a muy buen precio enormes pizzas que recuerdan la influencia italiana en Croacia.
Pide la Dalmatian, con tomate fresco, rúcula, boquerones en vinagre, aceitunas, y un chorrito del aromático aceite de oliva croata que hay en cada mesa, y disfrútala con vistas al mar y a la muralla. Inolvidable.
 
PARA ESCUCHAR
Desde bien temprano, en el centro de Dubrovnik suena el bullicio del mercado de frutas y verduras, frente a la sede de la asociación de guías. Desde aquí verás la subida al monasterio jesuita de San Ignacio, curiosa copia en pequeño de las escaleras de la plaza de España en Roma.
Al igual que la música, otro sonido inevitable en la ciudad es el de las sirenas de los barcos que llegan y salen constantemente de la ciudad. Desde los enormes cruceros y los yates más lujosos, que atracan en puertos cercanos, hasta las barquitas de paseo o los humildes barcos de pescadores, todos contribuyen con su trasiego al mapa acústico de Dubrovnik.
Dos curiosos personajes, Maro y Baro, golpean cada media hora la campana de la torre del reloj. A las en punto, además, repiten la llamada tres minutos después, como un snoozer perfecto para que italianos y españoles no lleguen tarde a las citas, bromean aquí los guías.
Este sonido penetrante del metal es uno de los más tradicionales de la ciudad, donde algunos artesanos han recuperado la antigua fabricación de monedas. Sus golpes, fuertes, constantes, se escuchan nada más entrar por la puerta de Pile, como en tiempos de la República de Ragusa.
Pero quizá una de las experiencias sensoriales más especiales que puedes vivir en Dubrovnik es un concierto al anochecer, con las calles iluminadas de encanto, sobre todo si tienes la suerte de disfrutar en directo la música de la violonchelista más famosa de Croacia, Ana Rucner, que ha traído aires frescos a la música tradicional.
El último sonido que despide siempre al viajero en esta ciudad es el ‘ádio’, un soniquete con reminiscencias latinas que solo se escucha aquí, en Dubrovnik, la ciudad más hermosa de toda Croacia. Que ya es decir.
 

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