Tres días con el mejor amante del Gran Mekong

EXPRESO - 14.01.2011

 , filtered_html, Texto y fotos: Ana Bustabad Alonso Hace más de tres horas que la oscuridad es completa, y aún así el río continúa completamente vivo, como si nunca fuese de noche en el mítico Mekong

Texto y fotos: Ana Bustabad Alonso
Hace más de tres horas que la oscuridad es completa, y aún así el río continúa completamente vivo, como si nunca fuese de noche en el mítico Mekong. Estamos al sur de Vietnam, en uno de los nueve brazos de su desembocadura, a bordo de L’Amant, un barco bautizado como la novela de Marguerite Duras. Muy cerca de donde vivió la escritora, en la Indochina francesa de mediados del siglo XX.
 
El amante. Qué nombre tan sugerente… Son las nueve de la noche y además del murmullo traqueteante del motor se escucha el sonido rítmico de las cigarras, que cantan desde la orilla. La oscuridad se rompe a ratos con luces pequeñas: rojas, azules… Algún foco más potente ilumina de cuando en cuando L’Amant.
Como nos decía esta tarde Cha, nuestra guía de Phoenix Voyages, todas ellas semejan a una enorme serpiente de fuego que cruza el Mekong. En realidad se trata de ferrys, de pequeñas chalupas, de barcazas cargadas de mercancías que atraviesan constantemente el río.
La temperatura es muy buena aquí fuera, en la terraza que rodea la cubierta. Estaremos cerca de los 30 grados, la humedad es altísima, y el único inconveniente en esta noche perfecta son unos minúsculos mosquitos de color verde, casi transparentes, que apenas se ven pero pican. Menos mal que entre las amenities de abordo no falta un fantástico repelente de insectos.
Al otro lado del cristal, cada uno de los doce camarotes del barco. Son pequeños, lujosos, de maderas tropicales y diseño colonial.
El mío tiene una cama enorme, el cuadro de un Buda sonriente; un cuarto de baño pequeñito en el que no falta detalle y, todavía fresca, la rosa que me recibía ayer sobre la almohada.
Estos son los pequeños placeres de L’Amant. Los que hacen diferente este crucero por el río Mekong, el río legendario que nace en China y desemboca en Vietnam, después de atravesar Myanmar, Laos y Camboya.
Nuestro viaje comenzaba ayer muy cerquita de la frontera con Camboya, porque Phnom Phen, su capital, y la ciudad vietnamita de Ho Chi Minh City, la antigua Saigón, están sólo a 185 kilómetros. Así que cogimos una lancha rápida en Phnom Phen camino de Chau Doc, donde nos esperaba L’Amant para comenzar travesía.
En poco más de cuatro horas y media río abajo estábamos ya en una frontera fluvial muy curiosa en la que hay que desembarcar para hacer los trámites de salida del país, y volver a tierra unos metros más allá para pagar el visado de entrada a Vietnam, unos 50 dólares.
Nos ha costado un poco más de lo debido, porque el policía se negaba a estampar el visado en la última página del pasaporte de Ricardo, la única que quedaba libre al documento. Al final, una ‘propinilla’ ha servido de acicate. Mientras, la espera se nos ha hecho amena porque el puesto fronterizo de Vietnam está preparado para cualquier retraso.
Bajo la bandera roja que señala la aduana, nuestra primera imagen de Vietnam será ya para siempre un bar pequeñito, con películas, latas de bebida y una terracita sobre el río en la que se puede fumar… La verdad es que tanto aquí en el sur de Vietnam como en Camboya se puede fumar en casi todos los bares, restaurantes, la temperatura es fantástica todo el año y muchos de ellos son espacios abiertos.
De toda la península de Indochina, Vietnam es el estado con más kilómetros de costa, más de tres mil. Se trata de un país con curiosa forma de ‘S’, tan largo y extenso que el clima, la cultura y la gente son muy diferentes del norte al sur.
En esta zona meridional, regada por el río Mekong, se concentra la mayor parte de la actividad productiva y de la economía del país. No sólo el comercio y la exportación son aquí importantes, también la producción de arroz. En el Delta se cultiva el 60% del total que se vende fuera del país.
Debido al clima y a que han llegado emigrantes de todas partes de Asia y viajeros de todo el mundo, los vietnamitas del sur son abiertos, amables, y sus costumbres más cosmopolitas. En esta región casi no se come perro, ni gato, prácticas habituales en la de Hanoi.
El aire se mueve un momento y me llega un olor intenso a combustible de motor. Sigue el baile de luces de la gran serpiente de fuego. A lo lejos se escucha otro tracatracatraca… Es el sonido de la noche en el Mekong.
Nuestro próximo destino, cuando termine esta deliciosa travesía, será Ho Chi Minh City.
Allí llegábamos hace apenas unos días, procedentes de Madrid, a bordo de la aerolínea que tiene los mejores precios hacia Asia, Vietnam Airlines.
Con una pequeña escala en París, lo mejor del vuelo ha sido el upgrade a Economy Deluxe, que por poco dinero ofrece mucha más comodidad, las confortables zapatillas y los 30 kg de franquicia de equipaje, que ya sospecho imprescindibles a la vuelta.
Desde aquí no se sabe si el Mekong es más bonito al atardecer o al anochecer, pero recorrerlo es una aventura fascinante.
Ahora mismo nos encontramos a unos 60 kilómetros de Saigón y el río es muy ancho, calculo que unos 14 kilómetros, pero en otras zonas la media es de 2 ó 3 kilómetros.
Además de los doce coquetos camarotes, a L’Amant no le falta de nada. Aunque tiene apariencia colonial, en realidad está construido muy recientemente, hace sólo tres años.
Todas las habitaciones tienen salida al exterior, a una terraza corrida con barandilla al estilo colonial, y en la planta superior nos espera el espacio más agradable del barco, un lounge con sillones de mimbre, tumbonas y un bar abierto hasta que el cuerpo aguante.
Quienes sufran de sueño ligero han de procurar pedir uno de los camarotes de la segunda cubierta, porque en la primera se oye bastante el ruido de las máquinas y, aunque el barco no navega por las noches, el motor puede despertar a algún viajero.
Hay también un restaurante para un máximo de 25 personas, que son los pasajeros que puede llevar esta nave. La cocina es, cómo no, vietnamita, y hay clases muy divertidas.
Esta mañana hemos aprendido a hacer una especie de rollitos con papel de arroz, gambas, cebollino, apio, lechuga, menta, y algunas salsas de nombres impronunciables que no nos gustan demasiado. Sobre todo una que les encanta a los vietnamitas, elaborada a base de pescado descompuesto. El olor es tan fuerte que todavía nos dura el mareo.
Desde L’Amant se pueden hacer muchas escapadas. Esta mañana, por ejemplo, hemos visitado el mercado de Sa Dec, una de las muchísimas poblaciones por las que discurre el gran río, famosa por sus bonsáis y sus flores.
Cientos de puestos bulliciosos desde primera hora de la mañana, para dar de comer a tantos millones de personas como viven en el Mekong.
Caminando despacio entre los puestos hemos visto carne de rata, perfectamente limpia, manos delicadas pelando ajos, quitando pieles, cortando cabezas… Pescados secos y salados, especias exóticas, peces vivos que saltaban de cubo en cubo, y a un perro feliz sobre una cesta, junto a su dueño.
Hemos visto frutas de todos los colores. Una muy espectacular es la fruta del dragón, de color fucsia brillante y verde lima, con una especie de pelos, espinas, tentáculos, no sé bien cómo llamarlos. Por dentro, carne blanca y semillas negras.
A diferencia de la gastronomía camboyana, que se basa en arroz blanco, seco, sin grasa, acompañado de pinchos de carne a la brasa, salsa y verduras, la vietnamita es una cocina sofisticada, que te conquista primero por la vista.
Hay rollitos para todos los gustos, algunos de papel de arroz, y los condimentos son muy fuertes. Están muy presentes los sabores del gengibre y del cilantro, intensos. O te encanta o la aborreces.
Mientras recuerdo los olores y los colores de la fruta, del pescado vivo, de los fajos de dongs, oigo un chapoteo y veo que tiraban algo por la borda de un barco. Aparece flotando delante de mí una bolsa negra que se pierde enseguida Mekong abajo.
Aunque resulte chocante arrojar la basura al río la verdad es que aquí es una práctica frecuente, porque los sistemas de depuración de residuos casi no existen.
Por eso no es muy recomendable bañarse en esta agua, aunque todos nos cuentan que no hay ningún problema en comer los peces del río Mekong, y de hecho creo que hoy hemos probado unos cuantos a mediodía que estaban deliciosos.
Por encima del traqueteo de los barcos escucho alta y clara la voz de Óscar desde la cubierta superior, donde Pedro va a regalarnos su maestría preparando unos cócteles. La noche se presenta inevitablemente larga, por mucho que a las seis de la mañana hayamos de levantarnos para descubrir el mercado flotante de Cai Be.
El viernes amanece demasiado temprano. Una lancha rápida nos lleva desde Sampan por los canales, para explorar este vibrante trasiego de fruta, verdura y todo tipo de comida al por mayor que los comerciantes se pasan de barca a barca.
Vemos barcas de transporte escolar, auténticas viviendas flotantes en las que no falta un diminuto jardín, mujeres haciendo la colada en la orilla, curiosas señales de tráfico marítimo, cientos de casas asomadas al agua de color chocolate, miles de antenas.
El de Cai Be es uno de tantos mercados flotantes que hay en Asia, pero el espectáculo aquí es doblemente curioso porque el paisaje humano de Vietnam resulta pintoresco.
Casi todos los habitantes de las zonas rurales van vestidos con una especie de pijama de tela fina, estampado en todos los colores, y ese sombrerito cónico tan característico de las fotografías que se llevan a casa los viajeros. Porque aquí, a diferencia de tantos países, todo el mundo te sonríe y son muy pocos los que se niegan a posar para la cámara.
Me llama la atención la cantidad de personas que, a pesar del calor, ocultan su cara con una mascarilla de tela y visten con manga y pantalón largos. Pregunto y me cuentan que se protegen del sol porque su ideal de belleza pasa por tener una piel lo más blanca posible.
Volvemos al barco para reponer fuerzas, y la sobremesa nos sorprende de nuevo a bordo de una barca pequeña. Vamos a recorrer las islas An Binh. Caminamos un rato entre los huertos tropicales, descubriendo la vida rural del Delta del Mekong; aquí y allá algunas casas humildes donde nos reciben como si tuviesen todo el tiempo del mundo.
El plan, un recorrido en bicicleta a través de estos campos verdes y húmedos hasta la antigua pagoda de Tien Chau y la visita a una vivienda de arquitectura tradicional. Lástima que -a falta de Biodramina- mi mareo continúa y, tras el primer trompazo, a riesgo de descalabrarme para los restos, cambio la excursión por una siesta a la sombra de un porche.
Sus dueños, preocupados, absolutamente amables, me traen una Coca Cola con pajita y preguntan curiosos de dónde vengo. Entre gestos y risitas conseguimos entendernos y nada más escuchar ‘Spain’ salen corriendo hacia la casa. Qué sorpresa cuando me traen un teléfono móvil con una foto de la selección española de fútbol y una canción de Amaia Montero para seguir la siesta. Un momento inolvidable. :)
La mayoría de los viajeros que embarcan en L’Amant hacen un crucero de tres días, dos noches, como el nuestro, aunque hay muchas más opciones.
Se puede descender por el Mekong hasta el mar, un viaje muy interesante con paisajes diferentes, o incluso alquilar el barco entero para grupos. Propiedad de Phoenix Voyages, la agencia especialista en Indochina, es sin duda el más romántico de los que recorren el Delta del Mekong.
Es tarde ya. El último anochecer me encuentra de nuevo asomada a este río vivo, vibrante. Cada vez que pasa junto a nosotros una embarcación el agua se retuerce, se mueve, color chocolate, y flotan rápidos los jacintos de agua, río abajo, verdes, de un verde vibrante. Son los colores del Mekong. A lo lejos, el tracatracatraca…
Son las doce menos cuarto de la última noche, cinco horas menos en España, y todos duermen ya en L’Amant. Esta mañana hemos visitado la casa del auténtico amante, Huynh Thuy Le, el personaje real que inspiró la novela de Marguerite Duras, El Amante.
Le llaman la ‘Casa del Chino’, pero en realidad era la de sus padres. Dentro todavía se conservan las estancias principales tal y como fueron hace ya medio siglo.
Llama la atención lo que parece una enorme ‘mesa’ cuadrada de 2x2 metros, de madera oscura, con inscrustaciones de nácar. Se trata de la cama principal de la vivienda, donde nunca llegaron a consumar su amor porque Marguerite era una mujer occidental, mayor que su novio, y los padres no aprobaban la relación.
En la parte trasera, donde estaba la cocina, ahora hay dos cuartos de aseo y un garaje, no queda nada que recuerde su amor. Un patio pequeño da paso a las edificaciones anexas, que han ido comiendo terreno a la vivienda.
Sin embargo la entrada se conserva intacta y dentro, rodeadas de madera tallada, fotografías antiguas de los personajes reales y fotogramas de la película.
Anoto mentalmente leer los dos libros de Duras: El Amante, y El Amante de Indochina. Y anoto también que el próximo viaje en L’Amant he de hacerlo con mi propio amante.
Mañana desembarcaremos para continuar por carretera hacia Ho Chi Minh, la Saigón que cambió de nombre en 1975 para homenajear al gran artífice de la independencia de Vietnam. Pero aún me queda la última noche a bordo.
Escucho acercarse un motor. Pasa delante de mí otra de esas plantas flotantes, enmarañada, de hojas redondas y brillantes. Se desliza muy veloz a favor de la corriente. Estornudo, empieza a refrescar. El barco se acerca, y me voy a dormir con el sonido del Mekong.
Dos capitales, dos escapadas imprescindibles
Un crucero en L’Amant no puede estar completo sin una escapada a las ciudades más grandes de Vietnam y Camboya, dos capitales imprescindibles y completamente distintas.
Phnom Penh, el punto de partida hacia el crucero, es una deliciosa urbe a orillas del Mekong, que parece moverse lentamente al mismo ritmo que el río. Sus edificios coloniales franceses y sus bulevares arbolados conservan un encanto difícil de encontrar ya en otras urbes de Asia.
Hay que ver el Palacio real, la Pagoda de Plata, el Museo Nacional y el Wat Phnom que da nombre a la ciudad.
Dos lugares míticos: el Club de los Corresponsales Extranjeros, para comer o tomar una copa, y el hotel Raffles Le Royal, desde donde escribían sus crónicas periodísticas.
Ho Chi Minh City, conocida a ratos como Saigón, es bulliciosa, hiperpoblada. No es la capital del país, pero sí la ciudad más grande y la más animada.
Una visita rápida debe incluir el barrio de Cho Lon, el barrio colonial, el Mercado Binh Tay y la pagoda Giac Lam, considerada la más antigua de Saigón. La parada ineludible por la noche es el Apocalypse Now, un club nocturno que recuerda a la famosa película, y la terraza del hotel Continental, centro neurálgico de periodistas, escritores y políticos durante la guerra.
A pesar de sus diferencias, ambas ciudades, ambos países, coinciden absolutamente en las huellas que el pasado turbulento ha dejado en el sur de Indochina: ganas de paz, de vivir bien, de sonreír. Un viaje apasionante.
Información práctica para este viaje
Para llegar desde España, los vuelos con mejor precio son los de Vietnam Airlines, que salen desde Madrid o Barcelona y se pueden reservar en cualquier agencia. La aerolínea, que lleva más de cincuenta años como compañía de bandera de Vietnam, cuenta con 20 vuelos semanales al país con una escala en un punto de Europa.

Además, una vez en Vietnam, se puede seguir viaje hacia cualquiera de los 18 destinos asiáticos entre los que se encuentran Camboya, Laos o Myanmar.

Si se prefiere viajar dentro del país, Vietnam Airlines cuenta con 20 destinos domésticos diferentes disponibles desde Hanoi o Ho Chi Minh City.
Entre las ventajas de Vietnam Airlines, además del precio y de la oferta de entretenimiento a bordo, con pantallas individuales, está su fantástica política de equipajes, que permite facturar una maleta de 30 kg si viajas en Turista, y llevar dos bultos de equipaje de mano.

Si se busca algo más de comodidad, una buena opción es la Deluxe Economy Class, con 15 cm más para estirar las piernas, asientos más anchos, y un completo kit de viaje con zapatillas incluidas. Para un vuelo más especial, la Business Class de sus Boeing 777.

Los visados de entrada, tanto a Vietnam como a Camboya, pueden tramitarse al entrar al país. El primero cuesta unos 50 dólares y el segundo 25. Es necesario traer varias fotografías tamaño carnet y el pasaporte ha de tener más de seis meses de validez.
La moneda vietnamita es el dong (VND), que se cambia fácilmente al llegar; y en Camboya el riel, aunque aquí la mayoría de los pagos se pueden hacer en dólares americanos. Conviene traerlos en efectivo, aunque en todas las ciudades hay cajeros automáticos.
En esta región el clima es cálido y húmedo todo el año. De junio a octubre es la estación más lluviosa, pero los chaparrones suelen caer por la noche o a primera hora de la mañana.
L’Amant es un barco del touroperador Phoenix Voyages, especialista en viajes por Vietnam, Camboya, Laos, Myanmar y Corea del Norte, que se puede reservar desde cualquier agencia de viajes española o al llegar aquí.
En su web se puede encontrar información sobre los diferentes cruceros, incluyendo itinerarios, precios, fechas, consejos sobre la vida a bordo e incluso un vídeo de este viaje.
Además, Phoenix Voyages cuenta con programas perfectos para visitar en un día Phnom Penh y Ho Chi Min City, o descubrir otras rutas por este sorprendente sureste asiático. Así que volveremos. Muy pronto. Muchas veces.

 

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