La Costa Azul más portuguesa

EXPRESO - 07.04.2007

Texto y fotografías: Ana Bustabad Alonso  "Llegar a la Costa Azul portuguesa es llegar a una región de colores, sabores, luz, paisajes y emociones difíciles de describir o de explicar"

Texto y fotografías: Ana Bustabad Alonso 

"Llegar a la Costa Azul portuguesa es llegar a una región de colores, sabores, luz, paisajes y emociones difíciles de describir o de explicar". Así la definen los que la aman, y así la comprueban los que la visitan.

Vista de la Costa Azul

Apenas media hora por autopista sobre el estuario del Tajo separa el aeropuerto de Lisboa de Setúbal, capital de la Costa Azul portuguesa. Atravesando los catorce kilómetros del imponente Vasco de Gama, con sus farolas inclinadas para no perturbar a los peces; entre flamencos y salinas, llegamos a Setúbal.

En el mismo centro se encuentra la Oficina de Turismo (Travessa de Erei Gaspar, 10), sobre una antigua fábrica de salazón donde los romanos preparaban hace dos mil años el cotizado garum que transportaban en ánforas hasta las más lujosas mansiones de la capital del Imperio. La rehabilitación del edificio, con suelos transparentes, permite adivinar su origen.

El primer paseo nos descubre una ciudad de tradición marítima, que llegó a tener una pujante industria de hasta cien fábricas de salazones y hoy mantiene solamente los astilleros que asoman al río Sado. Sus calles sugieren el esplendor decadente de siglos pasados, con edificios color pastel entre árboles jóvenes y macroesculturas de nuevo cuño.

La villa recuerda agradecida a sus figuras ilustres: su avenida principal lleva el nombre de la cantante de ópera Luiza Todi, y el gran poeta Bocage, del que hace poco se celebró el segundo centenario de su muerte, da nombre al "corazón de Setúbal", una plaza coqueta en pleno centro.  Muy cerca del puerto, merece la pena entrar un momento en el Mercado do Livramento, que con su rosa desvaído recuerda tiempos mejores.

El origen pesquero de la ciudad queda perfectamente reflejado en el Barrio de San Domingo, laberinto adoquinado de cuestas estrechas y luminosas. Por fin, la mejor vista de la ciudad es la que se obtiene desde el Castillo de San Filipe, hoy Pousada de Portugal.

Pero la Costa Azul es mucho más. Esta región bañada por el Atlántico, y a la vez curiosamente mediterránea, comprende trece municipios diferentes y cuenta con cuatro áreas protegidas, un notable patrimonio histórico y un atractivo difícil de superar.

Contrastando con el azul, pinos y arbustos disputan espacio al omnipresente alcornoque. Árbol que mandó plantar de norte a sur el dictador Salazar, y del que hoy Portugal ostenta el 55% de la producción mundial.

Los alrededores de Setúbal esconden numerosas alternativas. Muy cerca, la comarca de Azeitao, famosa por sus quesos fuertes de oveja y sus vinos. Aunque la fama se la lleva el moscatel, en la Costa Azul abundan los buenos blancos y tintos.

Uno de los lugares más curiosos que se puede visitar son las Bodegas J.P., en las que, según los lugareños, "se puede ver de todo, incluso vino". Su propietario, el Comendador Joe Berardo, ha tratado el vino como un arte más, y lo ha rodeado de una de las más importantes colecciones de arte moderno.

Integrada en un espacio en el que conviven un jardín japonés, un enorme lago con animales y plantas aromáticas de todo el mundo con hectáreas de viñas perfectamente alineadas, la bodega es un diseño del arquitecto Antonio Avilez. Proyectado inicialmente para Reader Digest, su estructura metálica alberga una valiosa colección de azulejos portugueses de los siglos XV al XX.

Flanqueado por barricas y obras escultóricas se encuentra la joya de la bodega: el Palacio de Bacalhoa, un tinto excelente elaborado con uva cavernet sauvignong que toma su nombre de la cercana mansión en la que la Historia dejó su huella.

Dos curiosidades que no deben escapar a la visita: un caqui, descendiente del único árbol que sobrevivió a la bomba atómica de Nagasaki, en 1945, como simbólico homenaje a la paz, y una pareja de patos de un precioso color morado brillante.

El contrapunto lo ponen las bodegas tradicionales, como las Caves Velhas de Fonseca, en Vila Nogueira de Azeitao, en las que descubrir el singular proceso de elaboración de los caldos. Es ésta una zona señorial, cuajada de antiguas fuentes de colores y frondosas quintas amuralladas, algunas convertidas en estalagem, como la Quinta das Torres. Casi todas ellas cuentan en su interior con los clásicos azulejos pintados a mano.

Azules que recuerdan el pasado árabe de la Península Ibérica, amarillos, símbolo del oro portugués, verdes y sepias son los colores utilizados ancestralmente. Los mismos que aún se emplean en el horno de San Simao, en Vila Fresca de Azeitao, única fábrica tradicional que subsiste. Entre sus clientes se encuentra el emperador de Japón y cada uno de sus azulejos, elaborado con barro del norte del país, conlleva un proceso artesanal de varios meses.

Hacia poniente se extiende la Sierra de la Arrábida, declarada espacio natural protegido. De origen triásico, está formada por siete macizos de alrededor de 500 metros de altura que extienden su verdor sobre el océano y permiten panorámicas espectaculares.

Muy cerca del castillo de Palmela, población de origen árabe conquistada en 1148 por el primer rey portugués, vive uno de los personajes que forman parte de la historia viva de Portugal: Otelo Saravia de Carvalho. Desde su sencilla casita encalada, entre flores amarillas de brezo, este capitán de la Revolución de los Claveles vislumbra en los días claros Lisboa.

La carretera que atraviesa la Sierra en dirección al cabo Espichel guarda un secreto en cada curva. A pocos kilómetros de Setúbal se encuentra uno de los monasterios más singulares del mundo, el Convento de Arrábida, que se descuelga en cascada blanca por la ladera, muy cerca del pueblecito de Portinho.

Un poco más adelante, sin avisar, Sesimbra aparece hermosa, encarada frente al Atlántico; blanco de tejas rojas desafiando al azul. Descendiendo por sus calles de adoquines llegamos a una playa inmensa de terracitas al sol en el mismo centro del pueblo.

Se nota en el ambiente que es lugar de pescadores, aunque en verano ostente, además, la capitalidad nocturna de la Costa Azul. En sus travesías empinadas es fácil encontrar aún alguna Loja de Companha, donde los marineros se reúnen para reparar las redes, charlar, o saborear una caldeirada cuando no hay faena.

El castillo de Sesimbra domina desde lo alto de la villa. Desde la iglesia de Santiago, completamente recubierta de azulejos en su interior, se asciende a la fortaleza por un camino boscoso cuajado de margaritas.

Merece la pena detenerse un momento en uno de los bancos que jalonan el sendero y escuchar el silencio del pequeño cementerio, que mira al mar tras la muralla.

Llegar al cabo Espichel es una experiencia curiosa. Salvando el viento que azota sin tregua la costa, los restos de un acueducto nos llevan al santuario de Nosa Senhora, flanqueado por dos antiguos albergues de peregrinos que proyectan una sombra apocalíptica sobre la explanada.

Al otro lado del río Sado, donde la Costa Azul comienza a ser Alentejo, está la península de Troia. Un transbordador permite cruzar el estuario en pocos minutos, aunque también se puede recorrer la ría en uno de los antiguos cargueros de vela que se mantienen en funcionamiento.

Durante la travesía es habitual ver a alguno de los treinta ejemplares de golfinho -delfín- que viven en estas aguas. Si no ha habido suerte, los interminables pinares de arena blanca hacen olvidar cualquier cuestión mundana.

Con permiso de unos pocos atentados arquitectónicos que -dicen- tienen los días contados, los más de ochenta kilómetros de playas ininterrumpidas que se aquí comienzan, extendiéndose hacia el sur, hacen de esta península una auténtica delicia.

De la Costa Azul cuesta marcharse. Mucho menos antes, cuando en el aeropuerto de Lisboa nos esperaba el coqueto Beechcraft 1900D Castor. El más pequeño de la flota de Portugalia, que cubría la ruta desde Valladolid, aunando las comodidades de los grandes y el todo sabor de la aventura.

En cualquier caso, por cualquier medio, regresaremos, cualquier día, al mismo corazón del azul.

Sabores de la Costa Azul

Comer en la Costa Azul es complicado. Tan variada y sabrosa es la oferta, que cuesta mucho decidirse.

En Setúbal, el restaurante Novo 10 parece, a primera vista, una casa de comidas más de las que proliferan en Portugal. Pero salvando el bullicio y las apreturas descubriremos la incomparable cataplana de cherne, un guiso caldoso de mero cocinado en un curioso recipiente de cobre, que resulta sencillamente insuperable.

O las almejas á bulhao pato, exquisitas en su jugo con el inevitable cilantro. Si se llega vivo a la sobremesa, es recomendable probar las troxas, rollo de yema hilada en almíbar que se derrite lentamente en el paladar. (Novo 10. Avda. Luisa Todi, 422. Setúbal. Tel. 265 525 212).

Los postres, como en casi todo Portugal, mantienen viva la tradición de los conventos. Añoranza de una época en que las gallinas eran libres y felices y sus huevos el fruto sabroso de una alimentación natural.

Al otro lado de la avenida, el Xica Bia destaca, sobre todo, por el exquisito trato de su propietario, Antonio José. Bajo una bóveda de barro cocido típicamente alentejana, se pueden probar las originales almejas con carne, plato utilizado en otros tiempos más difíciles para descubrir a los judíos.

Llama la atención el excelente pan servido en bolsitas de tela de colores. (Xica Bia. Avda. Luisa Todi, 31. Setúbal. Tel. 265 522 559)

A pocos kilómetros, en pleno corazón de Azeitao, se esconde un restaurante de diseño atrevido y cocina exquisita: Pé de Vinhos. Su bacalao a la brasa con patatas resulta difícilmente mejorable, sólo superado por la deliciosa mantequilla elaborada con leche de oveja que se ofrece de aperitivo. (Pé de Vinhos. Rúa dos Trabalhadores da Empresa Setúbalense, 10. Vila Fresca de Azeitao. Tel. 212 188 048)

Para los amantes del buen gusto, una cita ineludible en la península de Troia: el Comporta Café, en la playa del mismo nombre. Madera, palmeras y colores atrevidos sobre la misma arena. Imprescindible su arroz con chocos, los aperitivos de monda de patata o el solomillo al queso.

Lo mejor, tomar el aperitivo en uno de los pufs de colores de la terraza, dejándose embriagar por la música y el mar más turquesa de toda la Costa Azul. (Comporta Café. Praia da Comporta. Península de Troia. Tel. 265 497 652)

 

Agradecimientos:

Região de Turismo da Costa Azul

Portugália Airlines

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