Apuntes emocionalmente ordenados de un viaje a los fiordos

EXPRESO - 07.08.2017

Texto y fotos: Manuel Bustabad Alonso

Asumo como habitual una cierta incapacidad para ordenar en la memoria un viaje según criterio objetivo, ya sea temporal o geográfico, y puedo al referirme a los fiordos buscar causa externa con más facilidad. Tiene gran parte de culpa el sol, que impone noches de claridad o días sin mediodía al antojo de las estaciones, tan pronunciadas aquí que son dos viajes distintos, ya sea verano o invierno. No es fácil encontrar el norte tampoco, siempre tras el siguiente acantilado, siempre más allá de lo previsto, después de la siguiente montaña, perdiendo importancia según las lenguas de mar, por todos lados, van sumergiendo al viajero en una niebla de la que no se quiere salir, como un ruido blanco, como una obertura de Wagner que no termina hasta el quinto acto.
fiordos
Ya antes de llegar, sobrevolando Noruega con la perspectiva de la distancia, se anticipa la irrelevancia humana en el equilibrio entre el mar y la piedra, que tras siglos de lucha glaciar conviven con tranquilidad entremezclados en un inmenso laberinto de naturaleza inmóvil. Las cabras y los ríos verticales aquí atrapados forman parte del escenario, y el ser humano es afortunado espectador.
 
Los Fiordos
Sognefjord (fiordo de Sogn)
No sería capaz de empezar un recorrido emocional por los fiordos en ningún lugar distinto. Siendo el más largo de Noruega, con múltiples ramificaciones, y teniendo acantilados de más de un kilómetro de altura a sus bordes, lo que impresiona de esta ría son sus mil trescientos metros de profundidad en algunos puntos. La experiencia más sobrecogedora que recuerdo en contacto con la naturaleza consiste en la quietud de una lancha neumática, con el motor apagado en el centro de ese abismo, rodeada de paredes verticales.
Para ello basta alquilar una barca en Flam, punto de referencia al final del brazo Aurlandsfjord, donde ha cobrado fama el tren que remonta el valle del Flam durante veinte kilómetros hasta Myrdal, donde continuar viaje o simplemente tomar un café y unas tortitas en el Café Rallaren, en la estación, antes de regresar al pueblo. Para evitar sorpresas es recomendable reservar billete con antelación, incluso a través del portal web, pues miles de turistas llegan hasta aquí cada día de verano en cruceros que amarran al final de la ría. En las esperas se puede visitar el museo del ferrocarril, al lado, con maquetas de todo tipo de maquinaria.
tren_Flam 
Geirangerfjord (fiordo de Geiranger)
En realidad una rama de Storfjiorden de apenas quince kilómetros de longitud y poco más de uno de ancho, se ha convertido en uno de los más turísticos del país debido a sus cascadas de agua. Saltos como el de las Siete Hermanas, con sus respectivas caídas verticales, la más alta de doscientos cincuenta metros. Una más en la pared de enfrente, llamada el pretendiente, sirve de pretexto a leyendas con las que el guía ocupa la travesía en caso de que se tenga la prudente idea de contratarla.
Se podrá fácilmente desde Geiranger, al final del fiordo, pequeño pueblo de apenas doscientos habitantes que también se ve inundado por el turismo, único motor económico de la zona. Desde él una subida –a pie o en autobús si se ha llegado sin coche propio hasta aquí- de unos pocos cientos de metros permite tener perspectiva de la inmensidad del entorno.
Geiranger
pulpito_Preikestolen 
Lysefjord (fiordo de Lyse)
De apenas cuarenta y dos kilómetros de longitud, se encuentra prácticamente despoblado debido a lo inhóspito de su entorno. Apenas dos grupos de casas consiguen establecerse a lo largo de sus laderas verticales, más de lo habitual, con paredes de más de mil metros cortadas por el agua como el cuchillo a la mantequilla. Las mejores vistas, y las más concurridas, se consiguen desde el Preikestolen (Púlpito) un balcón de roca suspendido a seiscientos metros sobre el agua que se ha convertido en los últimos años en una de las mayores atracciones de la zona. Una subida a pie de apenas un par de horas y no demasiado exigente permite acceder al mirador, transitado como un centro comercial a media tarde. Ajeno a las modas, haya o no gente, el fiordo de Lyse es premio suficiente a la subida, y si el turista no lo olvida (como lo hace frecuentemente ante la Mona Lisa, la plaza de San Marcos o las cataratas del Niágara), se detendrá a meditar durante el tiempo suficiente para que le invada la errónea sensación de comprensión de esta naturaleza infinita. Habrá luego tiempo también para esa lucha de brazos, posturas y móviles por alcanzar esa imagen imposible que en realidad ya han tomado otros mejor por nosotros.
El mejor punto de partida para esta excursión, de medio día largo, es Stavanger, pueblo industrial, capital del petróleo noruego (auténtica garantía de futuro económico para el país, antiguo vecino pobre del norte de Europa) e injustamente olvidado en las visitas a la zona últimamente. Sus calles de colores, adornadas con flores y bendecidas con mejor clima del que podría parecer, esconden cafés y rincones donde los noruegos, poco dados a hacer vida social, comparten contados momentos por las tardes.
Bergen 
Las ciudades de los fiordos
Bergen
Es seguramente el mejor campo base para visitar los fiordos si uno no está de paso. Antiguo puerto comercial donde se intercambiaban productos del mar del norte con los frutos del interior, es también el centro neurálgico. Cuna y tumba de Edvard Grieg, compositor del romanticismo –más cercano a Chopen que a Wagner, aunque con un profundo sentido nacionalista- y el símbolo de la música noruega, es fácil imaginar sus calles hoy inundadas por su obra del mismo modo que están omnipresentes sus casas de madera y colores con tejado a dos aguas, en absoluta armonía, como en tantas ciudades noruegas. Su paseo icónico hasta el puerto, por el Bryggen, mantiene las construcciones intactas (quizás demasiado) con el encanto y las humedades de tiempos pasados.
También allí cerca el mercado del pescado, convertido hoy en punto de acceso al turismo gastronómico local, simple y escaso, pero donde es imprescindible el salmón marinado o ahumado, de respetuosas piscifactorías locales en su mayoría (aunque también salvaje) y el bacalao, el abadejo y otras especies autóctonas. Decenas de puestos permiten, en unas pocas decenas de metros, comprar o probar en mesas de madera todos estos productos, pensados para el turista y no para el ciudadano de aquí. También hay quesos, que los hacen de cabra fundamentalmente, pues son las grandes pobladoras de las laderas imposibles de estas montañas.
El más famoso, y en realidad no es queso, el marrón con el que desayunan, resultado de hervir hasta la caramelización el suero de la leche (proceso que puede durar unas ocho horas). Españoles, italianos y europeos del este atienden este mercado, al igual que las tiendas de turismo en todos los fiordos, como si el noruego no quisiese participar de esta invasión del turismo; como si no fuera con ellos. Inaccesibles al principio, serán amables y tranquilos en el trato si llega a tenerlo.
Alesund 
Alesund
Cuna del Art Noveau noruego, su cercanía al fiordo de Geiranger es excusa suficiente para programar una visita a esta ciudad. Insertada en el mar, sus picos cercanos por encima de los dos mil metros de altura crean múltiples miradores donde fotografiar esta ciudad. En sus calles, destaca la iglesia y el cementerio, en una pequeña colina al lado del centro (aproveche para tomar algo en uno de los sofás de Miss Mame, café situado en la bajada), y en general toda la construcción de comienzos del siglo XX, cuando tras un incendio fue reconstruida en ladrillo y piedra, dándole un aspecto característico en las costas noruegas.
 
Trondheim
Si Bergen es el principal foco comercial y cultural, Trondheim representa la identidad espiritual. Al menos eso dice su arzobispado y su catedral, construida en tiempos católicos sobre la tumba del santificado Olaf, rey enterrado aquí. Ahora es punto de peregrinaje local, ya sea de camino jacobeo o solo hasta aquí, la antigua Nídaros. Alrededor se desarrolló durante siglos y hasta hoy una de las universidades más importantes de Noruega, contagiando a Trondheim de un aspecto urbano y moderno que no consigue ocultar su naturaleza pescadora. Las casas de madera y las fachadas inclinadas hacia el mar recuerdan los tiempos donde las novedades llegaban en barca.
Trondheim_reflejos
Trondheim 
Guía práctica
Cómo llegar
Se puede alcanzar los fiordos por casi cualquier medio de transporte. El más sencillo para llegar a Noruega es en avión, volando vía Oslo o bien directamente a los aeropuertos internacionales de Bergen, Stavanger o Trondheim. También puedes llegar en coche o alquilar uno allí para tus desplazamientos. Hay información clara sobre todas las opciones en la página web de Turismo de Noruega.
 
Dónde alojarse
En general el alojamiento en Noruega es caro, muy caro. Sin embargo hay soluciones menos tradicionales que permiten disfrutar de experiencias distintas a un precio más asequible. El país, y la zona de los fiordos especialmente, está muy preparada para el viaje en autocaravana. Si no es ésta tu opción, prueba una de las cabañas de naturaleza o experimenta la estancia en una granja. Y si viajas con niños –o sin ellos- la acampada puede convertirse en un complemento perfecto de ocio. Hay decenas de campings con gran oferta de ocio y naturaleza pensada para los críos.
Sognefjord 
Dónde inspirarse
Si eres de los que piensan que un viaje empieza cuando tomas la decisión de realizarlo, encontrarás mucha información sobre los fiordos en Internet, Expreso incluido. Infinidad de blogs de viajes y webs especializadas han relatado desde experiencias en el camino a Nidaros a la popular subida al Preikestolen o las compras en el mercado de Bergen. Déjate tentar por las valquirias desde el sofá de casa. Como punto de partida es muy útil la web de Turismo de Noruega, auténtica fuente de inspiración.
subida_Preikestolen

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