Tras las huellas de Sorolla en Asturias o maridaje de gastronomía y pintura

EXPRESO - 02.08.2013

Texto y fotos: Pilar Alonso Canto y Manolo Bustabad Rapa

Después de nuestro periplo por la Comarca del Camino Real de la Mesa, habiendo entrado por el Parque Natural de Somiedo y llegado a los meandros del Nalón, la verdad es que estábamos muy cerca de cruzar Asturias totalmente de Sur a Norte. Por eso nos planteamos llegar hasta el mar Cantábrico buscando la estela de Sorolla por esta tierra.
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Sí, que nadie se extrañe, Joaquín Sorolla Bastida, el pintor de la luz y el color de su tierra valenciana, el mago de los claroscuros, el ‘creador’ del ‘luminismo’, visitó la comarca asturiana del Bajo Nalón durante tres veranos, a principios del siglo XX, seguramente buscando otra luz y otros matices.
En julio del año 1902 se instala en San Juan de la Arena, del concejo de Soto del Barco, y pasa el verano pintando. Se sabe que uno de sus lugares preferidos era la playa de Los Quebrantos, a un kilómetro escaso del pueblo (actualmente, las edificaciones llegan prácticamente a la playa). En esta época, Sorolla ya era un pintor de reconocido prestigio. Dos años antes había ganado la Medalla de Honor de la Exposición Universal de París de 1900.
Comenzamos ruta en Soto del Barco y nos dirigimos a ‘La Arena’, que, por cierto, tiene mercadillo (es viernes) en los alrededores de la Iglesia de San Juan (cuando Sorolla paseaba por aquí, en su lugar había una capilla).
playa
Un par de intentos, con gente mayor, que podía haber oído a la anterior generación (al fin y al cabo estamos hablando de poco más de un siglo) algún detalle que recordase al pintor valenciano, pero infructuosos.
El siguiente paso es acercarnos a la playa y aquí, entre brumas, pasear a lo largo del estupendo arenal, tratando de imaginar dónde habría puesto el caballete para pintar aquellas olas rompiendo en las rocas, antes de lavar su espuma en la negra arena.
En el puerto nos detenemos ante la escultura  de Juan Méjica, erigida en 2005 en honor a otro ilustre visitante: Rubén Darío, que también buscó inspiración por estas tierras en 1905, 1908 y 1909, aconsejado por Ramón Pérez de Ayala.  
Se trata de una escultura representando un barco-puente (eso hemos interpretado) que transmite deseos de comunicación por partida doble. Su título es ‘El barco de Rubén Darío’.
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Para celebrar el centenario de aquella visita se colocó también una inscripción en placas de cerámica, reproduciendo un bello verso del homenajeado, dedicado a las gentes de los dos pueblos unidos por el Nalón: San Juan de La Arena y, allí enfrente, San Esteban de Pravia.   
En la primavera del 1903, año que fue nombrado jurado de la Exposición Nacional de Pintura, Joaquín Sorolla se traslada a León acompañado de su familia, donde pinta escenas de mercado, y a continuación a la costa asturiana. Los libros dicen que a San Esteban de Pravia, pero en realidad se instaló en ‘La Pumariega’, a medio camino entre Muros y San Esteban, en la casa del pintor Tomás García Sampedro.
Desde allí recorrió la comarca y pintó varios cuadros, no sólo de costa, como el conocido ‘Mar y rocas de San Esteban’, ‘Secadero de redes’, ‘Esperando las barcas’ y otros del mundo de la pesca o del carbón, sino también de temas relacionados con el campo y las costumbres, como ‘Prado de Asturias’, ‘Campo de Asturias’, ‘Segadora de Asturias’…
Algunas obras pueden encontrarse en el Museo de Bellas Artes de Asturias, en Oviedo, que se encuentra actualmente en proceso de ampliación, pero la mayoría de ellos, como los que se reproducen aquí, están expuestos actualmente en el Museo Sorolla de Madrid.
SOROLLA
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En 1904 vuelve a ‘La Pumariega’ y pasa aquí la primera parte del verano pintando infatigablemente, como siempre (ese año pintó alrededor de 250 lienzos) y casi siempre al aire libre. De esta tercera y última visita a Asturias son obras como ‘Nalón’ y ‘Asturias’. De la ‘etapa’ asturiana de Sorolla, se conservan más de cincuenta obras.
Nos pasamos a la otra orilla del río por ver si tenemos más suerte con las pistas de estos 1903 y 1904 y, en la entrada de Muros de Nalón, paramos para indagar en la oficina de información turística, con tan buena fortuna que la escasez de datos oficiales sobre el paso de Sorolla por aquí, se ve compensada por la casualidad.
La persona que nos atiende, la joven Ángela Grana Alonso, es de una familia murense instalada en un establecimiento que fue testigo de la estancia del famoso pintor en la comarca.
Ahora se lo contamos, pero antes volvamos atrás para comprobar que todo lo acontecido aquellos veranos en el Bajo Nalón no fue simple casualidad.
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Todo empezó en 1884, cuando el pintor alcarreño, y profesor de la Escuela de Bellas Artes de Madrid, Casto Plasencia aceptó la invitación de su antiguo alumno Tomás García Sampedro a su casa-estudio La Pumariega.
Tan grata impresión causó al profesor aquel escenario campestre, que ese mismo año, con la participación del ya veterano pintor José Robles, fundó la Escuela pictórica de La Pumariega que tenía como fin buscar la inspiración en la naturaleza y la vida rural.
El prestigio de Casto Plasencia, unido al magnífico escenario, atrajo a un número importante de pintores, cuajando en lo que se conoció como La Colonia Artística de Muros.
Entre los numerosos pintores que se unieron a esta prestigiosa manifestación cultural, figuran Alfredo Perea, Tomás Campuzano, Agustín Lhardy… pero también literatos como Vital Aza y músicos como Emilio Arrieta.  
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El centro neurálgico era La Pumariega y los lugares más frecuentados, Muros, San Esteban y La Arena. El éxito de esta manifestación artística veraniega se vio truncado en 1890, al morir repentinamente Casto Plasencia.
Joaquín Sorolla llegó a esta comarca animado por su amigo el pintor y cocinero Agustín Lhardy (*), en una segunda etapa de esplendor de ‘La Pumariega’, en la que también la frecuentaban Cecilio Plá y Juan Antonio Benlliure o el ya citado Rubén Darío.
El punto de encuentro de referencia, para reuniones y comidas, tanto en la etapa de la Colonia Artística como en los primeros años del siglo XX, era El Parador, ya entonces conocido restaurante ubicado en un punto estratégico próximo a La Pumariega: el cruce de carreteras entre Muros de Nalón, San Esteban de Pravia y Soto del Barco.
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El tal restaurante no es otro que el actual Casa Zoilo, regentado por la familia Grana Alonso, a cuya cabeza están la ‘guisandera mayor’ Paloma Alonso Arribas y su hijo, cocinero titulado por la Escuela Superior de Hostelería de Santiago de Compostela, Zoilo Grana Alonso.
Estamos hablando del segundo restaurante más antiguo de Asturias e indagando en su historia hallamos un dato de conexión con la Colonia Artística: fue fundado en 1837 y en el último tercio del siglo XIX perteneció al matrimonio Menéndez Menéndez, Eulogio y Fulgencia, una de cuyas hijas, Engracia se casó con el pintor José Robles, cuyo chalet estaba al lado del restaurante (todavía está).
He aquí el nexo, probablemente decisivo, por el que los pintores frecuentaban el hostal El Parador. Se sabe que durante la guerra civil se llamaba ‘Casa Navarro’, cuyo dueño fue asesinado por no entregar un jamón requisado, y que fue después de la contienda cuando el matrimonio de Zoilo Alonso y Damiana Arribas, estupenda cocinera, dio inicio a la etapa que continúan todavía hoy sus hijas y nietos.
Para cerrar el círculo diremos que la ‘informadora’ que nos pone en la pista de esta historia, la citada Ángela Grana Alonso, nieta de Damiana, hija de Paloma, es la hermana del cocinero Zoilo.
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Razones ajenas a nuestra voluntad impiden que nos quedemos a degustar la tradicional cocina asturiana en Casa Zoilo, por eso nos hacemos el propósito de acudir en la primera ocasión que se presente.
Podría ser en las Jornadas gastronómicas el ‘Pixín’, que se celebran en Muros de Nalón y San Esteban de Pravia cada Semana Santa. Si les parece, nos vemos allí, en Asturiasen la primavera del 2014. Por falta de intención que no quede.
 
(*) He aquí, otra vez, la conjunción de gastronomía y pintura. Aclaremos lo de la segunda profesión de Lhardy: este pintor era hijo del francés Emilio Huguenin Dubois, que en 1839 fundó el restaurante L’Hardy en la madrileña Carrera de San Jerónimo, 8.
El nombre parece ser que era el de un establecimiento parisino en el que había trabajado, el caso es que lo adoptó también como apellido.
Pues bien, a principios del siglo XX, Agustín Lhardy se puso al frente de la cocina, pero sin abandonar la pintura, y tuvo gran éxito como cocinero e impulsor de la gastronomía madrileña.
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