Armaçao dos Búzios, un rincón de Brasil donde el tiempo es todo tuyo

EXPRESO - 29.03.2013

Texto y fotos: Ana Bustabad Alonso y Federico Ruiz de Andrés

Desde que en los años 60 Brigitte Bardot la descubriese para el mundo, el milagro de Búzios ha sido mantenerse fiel al charme de un pueblecito de pescadores, sin renunciar al lujo de sus pousadas, al infinito número de viajeros que han hecho de esta península de Brasil su hogar.

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En Armaçao dos Búzios, que es como se llama realmente este lugar de la costa brasileña, muy cerca de Rio de Janeiro, vivieron aislados del mundo durante unos días BB y su novio de entonces, Bob Zaguri. Probando cada una de sus playas, pescando, charlando con los niños… Aquí aprendió BB una preciosa canción, la única que grabó en portugués, ‘María Ninguém’, y cumplió su promesa de volver.

En palabras de la propia Brigitte Bardot: ‘Guardo preciosamente el recuerdo inolvidable de un pequeño paraíso donde corría descalza, acompañada de un gato llamado Moumou, maravillada con los colibríes, con los árboles de fuego, las buganvillas, y el color translúcido de un mar lleno de espuma, que más bien parecía un champagne azul y con el cual me embriagaba’.

Desde entonces, Búzios ha sido refugio de famosos; de ladrones míticos como Ronnie, que llegó huyendo tras asaltar el tren de Glasgow; de viajeros que detuvieron aquí su vuelta al mundo. Mezcla de culturas, de historias más que interesantes, es ahora es uno de los destinos más turísticos de Brasil, pero nunca ha perdido ese encanto descuidado de los lugares en los que uno siente que el tiempo es todo suyo.

Restaurantes de todos los continentes confieren un aspecto cosmopolita a esta península dedicada al placer que seguramente ostenta el mayor número de tiendas de bikinis por metro cuadrado del mundo. Quizá porque su clima templado y la variedad de playas hacen del traje de baño y las chanclas ‘brasileñas’ el único equipaje imprescindible.

Pequeñas furgonetas Volkswagen de todos los colores salpican sus calles empedradas, sus impresionantes cuestas, algunas sin asfaltar, y junto con las buganvillas ponen las notas brillantes sobre la vegetación, espesa, intensa. De fondo, el Atlántico, que aquí es un pacífico mar turquesa.

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La caipirinha, bebida nacional, no falta a ninguna hora, incluso con la comida. Las hay de cien sabores, pero ninguna mejor que la original. Tampoco el ‘caldo de cana’, jugo de caña de azúcar, ni los sucos, zumos naturales que te ofrecen en cualquier esquina.

No hay que perderse la ciudad antigua, con la iglesia de santa Ana, cuyo campanario avisaba a todo el pueblo cuando llegaban las ballenas. Y es que esta es tierra de balleneros. Y de conchas. Armaçao da Ponta das Baleas de Búzios, su nombre original, recuerda a tiempos en los que la vida era mucho más dura, también para los grandes mamíferos que, acorralados por los pescadores, venían a morir a sus playas.

Los primeros esclavos africanos que arribaron a estas costas repletas de almendros, con cuyo fruto se alimentaban, descubrieron cantidad de pequeñas conchas con una hendidura en medio que en su África materna utilizaban como moneda de cambio. Y se sintieron ricos, porque aquí los búzios, que así los llamaban, se contaban por miles.

Suena la música de Zeca Pagodinho, el mejor sambista tradicional del país. Las notas de su Acústico, grabado en directo en Rio de Janeiro con la Filarmónica, parece acompasar el ritmo de locales y turistas caminando por la Orla Bardot.

Es la calle principal de Búzios, un paseo marítimo que va desde la Rúa das Pedras, en la parte más antigua, hasta la Praia dos Ossos. A medio trecho, una figura en bronce recuerda siempre los días más felices de Brigitte Bardot. Otra escultura, esta dentro del agua, homenajea a los pescadores, la firma Christina Motta.

El camino termina sin querer en la arena, entre tumbonas de colores, donde cada noche se monta un mercadillo. En esta Búzios que trasnocha y se levanta tarde, donde la vida es una sucesión de momentos felices, y donde las hormigas son casi tan grandes como la sonrisa de sus gentes.

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Las playas de Búzios

Pudiera parecer un tópico, pero Búzios tiene playas para todos los gustos y para cualquier momento del día. Lo mejor para encontrar la ideal de cada quién es contratar en cualquier pousada un tour de medio día en jeep descubierto, una excursión muy popular entre los turistas que te lleva por toda la costa e incluye una hora libre para comprar el traje de baño; o un recorrido diferente, en lancha, para ver las playas desde el mar.

Muchos de los argentinos que se instalaron aquí en los años 80 escogieron la praia [playa] de Ferradura para edificar sus casitas en medio de la vegetación. Es un buen lugar para pasar el día. Los chiringuitos están muy limpios, con mesas sobre la arena, y el pescado fresquísimo. Entre baño y baño en esta agua caldeada, o mientras sube la marea que lo moja todo, masajes a 30 reales la media hora.

Un poco más adelante se encuentra un punto de interés geológico que, según los brasileños, posee una fuerte carga energética. Es A Ponta da Lagoinha, una playa de rocas volcánicas en la que sitúan hace 500 millones de años el punto en que se unían los continentes americano y africano.

La preferida de los cariocas, y la más grande de todas, es la praia de Geribá, unos 2 kilómetros repletos de surferos que lucen cuerpo y habilidades frente a las carpas que montan cada verano las empresas de cremas solares, en las que regalan aceites, masajes…

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Por 15 reales, Sergio pinta cuadritos con los dedos bajo la mirada atenta de una dóberman marrón, delgadiña, con las orejas y el rabo largos que nadie ha querido cortar, belleza en estado puro.

De las veintidós playas que rodean la península de Buzios, quizá la más bonita sea la de Fernandinha, pequeñita, justo enfrente. En la praia de Forno recibe a los visitantes un gato negro sobre el viejo merendero, ahora cerrado.

Uno de los puntos más altos de la península es el mirador de Joao Fernandez. Desde aquí se ve la playa del mismo nombre. Cuando se pone el sol, los pescadores arrastran las redes desde la arena, cercando a los bancos de sardina. Enfrente, el volcán extinto Morro de Sao Joao.

Mientras, medio centenar de turistas se dan un passeio en escuna, un gran hinchable, dicen que el más grande de América Latina. Lo cierto es que su motor Mercedes Benz biturbo de 400 CV puede navegar hasta 20 millas mar adentro.

Dicen que las playas más espectaculares están en Arrabal de Santo Antonio, al otro lado de la bahía, porque son blancas, de arena fina, y allí hay una ‘calle de los bikinis’. Pero las más calientes son las de la Bahía. Enfrente, la de Cabo Frío, de arena blanca como sal, y la de Arrabal, más oscura.

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Aquí nadie hace topless, está mal visto, pero se ven bikinis ‘de hilo’ sobre los cuerpos bronceados. Sin embargo hay una playa nudista, la de Olho de Boi. Minúscula, apenas caben tres sombrillas y hay que acceder por un sendero estrecho y empinado.

En Fernandinha se hacen evidentes las fracturas tectónicas de esta costa que un día fue tierra adentro. A la derecha, la praia dos Amores, una calita preciosa. En la playa de Manguinhos se puede comprar pescado y marisco muy fresco, porque lo venden directamente los pescadores. En temporada baja, un kilo de gambas –que aquí llaman camaroes- puede costar unos 14 reales.

 

Las pousadas de Búzios

Aunque también hay hoteles clásicos, y hostales, los alojamientos más populares de Búzios se llaman pousadas. Son pequeños, algunos realmente lujosos, otros más sencillos, pero todos con el encanto del trato cercano y el buen servicio de este destino tan acostumbrado a recibir turistas. Estas son algunas de las más agradables:

La Pousada do Sol es la primeraque hubo en Buzios, y aquí se alojó BB cuando aún era la casa de Ramón Avellaneda. En plena Rúa das Pedras y con acceso directo a la Praia do Canto, permite desayunar a cualquier hora del día, cuando el huésped despierte.

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Porto Bay Búzios, que antes se llamaba Glenzhaus. Fantásticos los desayunos al borde de la piscina, con música relajante, sobre mesas de madera tropical adornadas con una flor de ibiscus. Decorada con muebles y objetos de todos los continentes, cuenta solo 10 suites y no acepta niños pequeños.

Las Casas Brancas son en realidad 32 apartamentos de varias categorías con una gran terraza sobre el puerto para ver el atardecer, cerca de la Praia dos Ossos. Los lugares más agradables son los jacuzzi al aire libre en las habitaciones, el spa con vistas a la bahía de Armaçao, y el restaurante de comida brasileña-mediterránea.

Pousada Vila D’Este. Al lado justo de Casas Brancas. Su restaurante, con vistas al Atlántico, tiene unos toques italianos muy interesantes. El café, expreso del bueno.

Pousada Pedra da Laguna. Situada en Ponta Lagoinha, la mayor parte de sus habitaciones cuentan con una vista preciosa de las islas de Ancora, Gravatás e Ilhote, y son completamente accesibles. Decorada en tonos ocre, destaca la vidriera del bar de la piscina, obra de la artista brasileña Graça Pires.

Pousada do Martín Pescador. Con aires marineros, está edificada en cascada sobre la playa de Mangüinhos. Enormes huesos de ballena centran la atención en el lujoso salón, entre ramos de orquídeas. Branco, un gato completamente blanco, y Brinca, una bóxer mimosa, han disfrutado aquí momentos inolvidables.

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En el hotel Colonia Galapagos Garden te despierta la luz intensa del amanecer y los chillidos alegres de decenas de pajarillos exóticos, verdes y amarillos. Raro privilegio ver tantos en libertad. Abajo, la playa de Joao Fernández.

Hay muchos más alojamientos interesantes, como el Atlantico Buzios Hotel Convention Resort, más grande, con 135 habitaciones y salones para eventos; el Hotel Le Relais la Boire, desde el que se accede directamente a la playa de Geribá; o el Ferradura Resort, en la playa de Ferradura, asomado de blanco a la playa del mismo nombre.

 

Dónde comer en Búzios

En Búzios se suele comer tarde, sobre las cuatro, cuando se vuelve de la playa. Quizá porque también se retrasa el desayuno, que en Brasil se llama ‘café da manhá’, no hay que confundirlo con el ‘pequeno almoço’ portugués.

La mayoría de los restaurantes están en la Rúa das Pedras o en la Orla Bardot, el lindo paseo que lleva hasta la Praia dos Ossos, pero también hay pousadas donde se puede comer fenomenalmente aunque no se esté alojado.

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Uno de los más célebres es Brigitta’s, abierto hacia la playa, y llenito de pinturas excesivas. Hace unos años llegó aquí Carlos, un camarero español de Marbella que encontró en Búzios su destino soñado.

El elegante Bar do Zé abrió hace casi medio siglo en la Rola Bardot como un local modesto. Hoy es el más chic de toda la península, frecuentado por artistas brasileños. Velas, manteles de flores blancas sobre fondo rojo y unos platos de presentación impecable. Buenísima la carne y el risotto de gambas y setas.

Cada jueves, en un chiringuito de la playa de Geribá llamado Fishbone, se hace un gran asado de cerdo, y solo hay que pagar la bebida. El resto de días, lo suyo es probar sus pescados y mariscos a la brasa.

El Dino’s bar, en la playa de Ferradura, el restaurante de la pousada Vila D’Este, o el de Casas Brancas son otras buenas opciones.

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La sobremesa se hace muy agradable en el Café do Cinema, que además es librería y cine, y está especialmente animado en noviembre, cuando Búzios acoge su festival cinematográfico anual.

 

Cómo llegar y moverse

Búzios está a hora y media en coche de Rio de Janeiro, una de las ciudades mejor comunicadas por aire de todo Brasil. Desde la capital carioca, la autovía de peaje atraviesa una región de vegetación abundante, lagos, casitas blancas y animales pastando en libertad. En el arcén, puestos de fruta que invitan a detenerse.

Para moverse por Búzios, lo mejor es hacerse con un plano de la península y alquilar un buggie. O, mejor aún, perderse. Eso sí, el conductor no ha de tener miedo a las pendientes pronunciadas, aquí las cuestas son impresionantes.

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Cuándo venir a Búzios

Búzios tiene una población de veintipico mil habitantes que se convierten en más de doscientos mil en verano, sobre todo en diciembre, así que conviene evitar esos meses de alta ocupación y venir en otro momento.

En invierno, de junio a septiembre, parece un pueblo fantasma y suele llover, así que quizá los mejores meses sean mayo y junio, con una temperatura que ronda los 20ºC, y sin turistas.

Sea cual sea la época, hay que hacerse con una buena loción antimosquitos. Una muy buena es Off, que venden en cualquier farmacia del pueblo, y que está disponible también en spray, con fuerte olor a naranja. Los locales nos recomiendan, además, comer ajo. Dicho queda.

sergio

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